Tenía que pasar. Yo estaba donde no iba a estar jamás y tú donde te disponias cada día a trabajar. Alguna vez fantasee con los trayectos de mis pies y los de alguien otro ajeno a mi rutina. Eres tan joven y calmo que quisiera me obsequiaras esa cuota de quietud.
Me resultaste ameno como pocas cosas. Sencillo como cuando estoy mal vestida en mis horas de descanso. Te me vienes a la mente cuando ríes. Me preguntaste. Eso provoco que redirigiera mi atención. Me recuerdas a mi infancia simple de cosas, de responsabilidades y diversa en sus aventuras. El poder ser feliz con nada y que tuvieras un abuelo a quien mencionar.
Al parecer no tendré más oportunidad para agradecer este bello tiempo que pasamos compartiendo tímidamente experiencias de vida. Debo confesar que me sorprendía la curiosidad dormida que mostrabas por las cosas de la vida. Es cierto que no gozamos de mucho tiempo para desenmascarar las otras fachadas que tenemos.
A decir verdad nunca hubiera girado a verte como un hombre deseable. Hoy me detengo a escribir sobre vos. Considero que es mucho mejor lo que has logrado y que provenga de mí, es extraño. La razón de este hallazgo ha sido que traspasaste toda valla y fuiste al punto. Me supe aprendiz de alguien menor. Inmaduro sobre miles de cosas que te surgirán por el mero hecho de existir.
Te definiría como rústico al tiempo que suave. Exquisito. Lo digo tranquila porque no creo que volvamos a compartir experiencias. Amaba que sabias lo que querías y lo pedias.
Gracias por cruzarte y renovar algunas de mis ideas, que suelen anclarse sin que nos demos cuenta. Gracias por compartir los esbozos de tu familia. Gracias por preguntar sobre mis deberes y muchas gracias por despedirte como me gusta….como “un nos vemos al rato”. Solo que ya no volverá a haber tal rato.