En aquel principio de tarde, iba bajo un calor intenso por la única calle de mi pueblo que conduce a la eternidad. Y lo hacía en el sentido que satisface la expresión, sólo que no 'me llevaban', ya que afortunadamente, usaba mi propio sistema locomotor. Posiblemente lo hacía con gracia por mi edad, pero mi cabeza bullía con las ondulaciones del sirenazo de las dos menos quince. Y, precisamente porque mi clase de taquigrafía ya había comenzado y no tendría los minutos previos para que me prestaran los libros de apoyo a esa asignatura. Tenía, además, un fuerte compromiso con los elogios de la profesora Esmelinda, acerca de mi dominio sobre los gramálogos y no quería poner en duda su certeza de que mi participación en el curso era de primera categoría.
Por eso, sentí un fuerte alivio, cuando puse un pié en el primer peldaño de la escalinata que conducía al piso que ocupaba la Academia Comercial. Y fue, porque el bullicio que provenía de mi áula, no correspondía con lo habitual. Entonces, cuestioné un alumno que descendía, quién me dijo, que se trataba de que la maestra partía un bizcocho en honor a Darío, por ser éste, el segundo de todos los estudiantes, a pesar de sólo tener dos libros de los tres que conformaban el estudio de la escritura rápida. Afirmación que me hizo dar un giro de ciento ochenta grados y ocupar mi mente con los puntos estratégicos del compromiso, que ésa misma noche contraerían Lucio y su novia.
Así, que entré de nuevo en mi barrio, recordando cómo Lucio había incursionado en nuestro diario vivir. Comenzó vendiendo montoncitos de víveres puestos sobre la acera. Luego penetró a una casa, pero con acceso a una sola puerta y todo, al extremo sur de nuestro municipio. Ahora, y al norte, lo teníamos ocupando media vivienda de esquina y enredado con una joven de una familia que garantizaba una evolución directa en su mundo mercantil. Los jóvenes contemporáneos suyos, sucumbimos ante los matices de su voz, el brillo húmedo de sus ojos y su afición al canto. Así pues, que le ayudamos llevando tiernas serenatas, a que la Mayí le abriera su corazón y en consecuencia, la familia, sus posibilidades económicas.
Lucio era muy joven, sin embargo, tenía muy claro el tipo de piezas que compondrían su objetivo; dónde estaban y poseía, también, la disposición de poder disfrutar de su ensamblaje. Y fue esa la razón por la que escogió la casa de los tíos que manipulaban el haber familiar de la enamorada. Y por la que me seleccionó para que fuera maestro de ceremonia del encuentro, cuyos nudos, ahora yo desataba de retorno a nuestro sector. Porque el estar fuera del linaje sanguíneo de los Mayí, me permitía actuar, sin nunguna compasión, ceñido a su plan. Quiso, por supuesto, que ningún pariente lejano o cercano de la comprometida, tuviera en la escena, un papel diferente al de oyente. Y la garantía de un absoluto silencio cuando él impusiera el anillo en el dedo anular de la mano izquierda de 'su futuro'. Perdón,...quise decir, su novia.
Recordaba que dos semanas atrás, Lucio me había pedido la elaboración de una frase que dicha, concomitantemente con la postura de la sortija, fuera una anestesia, en el sentido de hacer imperceptible su penetración en aquel estricto y estrecho núcleo. Pero,... 'ahora, es ya la noche de aquel lejano viernes y todo está en su sitio, incluída la Mayí, frente al temblor de una mano que cogía la suya, al tiempo que los, siempre abiertos, labios de Lucio decían': 'Son mis mayores deseos, que con el acto de imponer éste anillo en el dedo anular de la mano izquierda de mi amada, quede sellado para siempre, el pacto que hemos hecho de amarnos hasta la eternidad'.
Doy fé y testimonio, de que sin haber sonado la última sílaba del discursito, la novia había levitado y que al regresar al suelo, puso por los aires a Lucio. Y que después de todos haberse levantado de sus sillas, sonaron un extenso apláuso aumentado con rechiflas positivas. Luego, los novios todavía fundidos en un indesatable abrazo, una mano poderosa golpeó mi espalda y el silencio recién reestablecido, fue rasgado por el agudo timbre de la voz de doña Cristina, tía política de la Mayí, para vocearme: 'Pedro, aprendes para cuando te toque a ti'.
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