En aquel tiempo todavía gozaba de la forma humana y toda mi energía estaba contenida en un solo cuerpo. Ese día salí temprano del trabajo, una falla en los circuitos eléctricos nos obligó a desconectarnos del sistema; no nos quedó de otra que volver a la realidad. No quise entrar al metro, a esa hora hay más gente en el subterráneo que arriba en las calles. Encendí un cigarrillo, después de la primera fumada, los pensamientos comenzaron a fluir ligeros como el humo. Decidí caminar, sin prisa, siguiendo los últimos rayos del sol. Durante poco más de media hora, caminé por la acera de la avenida principal, obedeciendo el flujo peatonal. A la primera oportunidad, giré a la derecha y me interné en una calle estrecha, custodiada por un par de altos edificios, de diez pisos cada uno y con múltiples ventanas; aquello parecía un mural de mosaicos. Conforme avanzaba, pude observar con mayor claridad el estado de las edificaciones: ventanas rotas, cortinas a medio cerrar, grafiti en los muros y todo un piso del edificio a mi derecha, totalmente quemado. Las puertas de ambos edificios, que por lo que pude ver, en algún momento fueron de cristal, ahora se encontraban cubiertas por hojas de metal oxidado. Definitivamente, estaban abandonados. Seguí avanzando, y antes de salir de aquella extraña calle, miré hacia atrás para echar un último vistazo; de pronto, dos hombres de mediana edad, salieron del edificio alisándose la ropa, me miraron por un instante y echaron a correr hacia el otro extremo de la calle, perdiéndose entre la multitud.
Seguí andando, y llegué a un pequeño parque circular rodeado por una valla de arbustos. En el centro se encontraba una especie de escenario de piedra, con unas escalinatas que se hundían y que hacían de gradas. Sentados en ellas, había un par de sujetos leyendo. Decidí sentarme un momento. Al parecer los sujetos no notaron mi presencia. Al poco rato, llegaron otros dos individuos, se sentaron algunas escalinatas más abajo; uno de ellos sacó una bolsa con hierba y comenzó a armar un cigarrillo. Lo armó en menos de un minuto, su destreza era de apreciarse. Dieron un par de fumadas cada uno y se recostaron sobre el concreto. Por un momento me vi tentado a pedirles una fumada, pero no me atreví a interrumpir su viaje. Me puse de pie y seguí mi camino. Sin pensarlo, tomé en dirección a la plaza central. Ya había oscurecido, y el cielo desapareció tras las brillantes luces de las lámparas. La calle comenzó a llenarse de un intenso bullicio. La gente comenzó a rodear los puestos ambulantes, atraídos por los penetrantes aromas; se arrimaban como moscas a la descomposición. Apreté el paso, doblé en la siguiente esquina y llegué a una calle menos transitada. La dominaban edificios antiguos, con grandes portales, que se alzaban entre las sombras. Todos estaban cerrados, excepto uno. Pasé frente a él sin voltear al interior, pero no pude seguir avanzando. Sentí una extraña atracción, tenía que mirar hacia dentro. Retrocedí unos pasos y me paré frente a la entrada. La atracción se hizo más intensa, algo me pedía arrojarme hacia el interior. No podía dejar de mirar aquel abismo. Sin más remedio, caminé hacia la oscuridad. De pronto, sentí un intenso mareo y perdí la conciencia.
Desperté flotando sobre la ciudad, convertido en un ligero vaho, recorriendo el aire sin dirección establecida. Poco a poco me acostumbré a mi nueva condición. Me convertí en un hálito errante, buscando los huecos entre las esquinas, las sombras entre los árboles y los pliegues entre los rostros arrugados. |