Cuando te conocí me morí 3 veces; aniquile al “yo” del pasado, aplique eutanasia con el presente y mate al que programaba o proyectaban de mí en un futuro.
Sentí entonces el peso, ese que se da en la combustión lenta entre el oxígeno y el calor que despegó cuando la distancia entre tú y yo se puede medir con una regla en centímetros.
Me pega fuerte que no me veas aquí al frente saludándote y que no me dejes nadar ni caminar a pies descalzo por tu orilla; si me atrevo con mi verdad, te cuento que yo así tan cobarde, si bucearía por los océanos en los que quieras sumergirte.
Me ataca de igual la manera la forma en cómo me anclas a la bandera roja de esa, tu playa, dejándome solo mirar desde lejos el tiempo anímico de tu trópico.
Me gustaría vomitarte a todos con los que sí puedo compartir un beso, a los que me dejan espacio en la cama aún cuando no estoy; decirte que nado sin restricción en los ojos de otros; pero eso no tiene importancia para nosotros como proverbios, porque solo contigo quiero sumergirme y contar los minutos que duramos sin asfixiarnos.
Dime tú qué puedo hacer, si tu pelo revolotea por mis recuerdos una y otra vez como VHS que repite la toma secuencialmente en partes de tu cara como Gestalt, iniciando la escena en el lóbulo de tu oreja derecha y terminando todo en el mentón con viñeta en tu boca.
Y si, así me siento, como una turista, que está intentando adaptar sus costumbres a las de un país extranjero, intentando catalogar y organizar las emociones que ahora tengo. Igual creo que es cruel que recién ahora pueda clasificar utilizando parámetros de referencia, porque bajo esta medición tú eres la piel con sabor a té con miel y todos los demás solo son agua hirviendo con endulzante.
Que estupidez hablar de amor romántico cuando yo a ese lo extirpe de mi cuerpo digamos que de siempre, pero la confianza en esa planitud constante del sentimiento me hizo tropezarme con la teoría, y dejar entre dientes los balbuceos de palabras que se parecen a un color y la rabia por decirlas se me fue a la garganta. Tengo claro, que ya no te vuelvo a hablar de aquello y si vuelvo a estar frente a ti y re-vuelvo a querer ponerme honesto, me lo voy a tragar como cuando me comía la masita de harina cruda.
Te enteras sí que no es un capricho por curiosidad, y que no fue una mañana en la que me desperté pensando en ti; si no que porque pensaba en ti es que me desperté odiando el sol por burlarse de mí en el día.
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