En ocasiones nos cuesta contemplar que sucede al otro lado de nuestro marco. Viajamos a destiempo por diferentes épocas, siempre agradecidos a imágenes sempiternamente congeladas. Como fotografías. Sinembargo, en sumas ocasiones no sabemos descifrar que sucede tras el cristal. No se trata de erudición. Pero vemos nuestro reflejo en él de forma involuntaria y eso nos priva de glosar lo acontecido. Este es mi caso.
Postrado en la pequeña habitación junto a Lorena, mi hermana pequeña, traté de interpretar que se ocultaba tras ese noble y taciturno ceño fruncido, cuyos ojos derrochaban el exceso de vida al que todos irremediablemente estamos revocados. Anciano de días. Desterrado a un escritorio. Más anciano que nunca. Anciano de noches aún con luz encendida. Así pasaba sus horas. Consumido por el no aliado. Incrustado entre cinco paredes porque el techo le pesaba demadiado. Porque alguien atrevióse a solidificar aquella mirada hastía y sibilina que ahora maldigo. Recuerdo de sus días.
"¿Está triste el viejo?" preguntó Lorena. Como hacer que una niña de tan sólo siete años comprendiera. "No está triste, Lorena. Sólo nos observa. Quizás añore los momentos que tú y yo estamos viviendo". Fueron muchos los días en que Lorena y yo nos detuvimos a observar que sucedía tras el papel arrugado. Por días, amarillento. Reiterados quehaceres diarios y abonados a un sospechoso juicio vitalicio, y llamado, quién sabe, al mayor de los retos que pudiera elucubrar.
Traté de zurcir con fibras amarillas su pasado. Fibras de un papel sicario que aún contaban con el aliento suficiente para imponer sus derechos, capaces de golpear sutílmente las puertas de la inexistencia, y reducidas a la metempsicosis como única creencia.
Cuanto difícil navegar por un terreno inapropiado. Divagar el pensamiento sobre lugares cenagosos de inalcanzables memorias futuras, atiborrados de momentos llegaderos. Así fue como fui comprendiendo todo. Dueño de mi sufrir, sentí como aquel viejo moribundo llegaba al final de su diástole. Aquella noche, Lorena no me hizo compañía.
Y asi me alejé de todo, tendido en una ordinaria cama de aquella ancestral buhardilla.
Lorena asistió a mi sepelio y antes de ser encajonado, acomodó entre mis brazos cruzados una inmortal fotografía. En su interior, yo postraba junto a una jovencísima Lorena. Entonces comprendí que años atrás, desde esa fotografía, había estado observando mi vida futura. Y a la misma vez sentí... que me habían enterrado vivo.
"En ocasiones, no sabemos descifrar que sucede al otro lado del cristal, y sólo vemos, nuestro reflejo". |