Las leyes se respetan
Los segundos que tenía Mirna esperando frente al semáforo rojo le parecían interminables. Miró hacia ambos lados para ver si ningún vehículo se aproximaba y decidió avanzar sin esperar la luz verde. Aquél breve tiempo le ayudaría a llegar menos atrasada a la reunión.
No bien había cruzado la intersección cuando surgió de la nada un policía que le hizo seña para que se detuviera. Se estacionó a la derecha y vio como el agente se acercaba pausado y lo reconoció.
Cuando lo tuvo frente a su puerta, bajó el cristal y esperó paciente, sus primeras palabras. Él también la reconoció pero no se inmutó. La saludó y en seguida le reclamó:
—Buenos días. Deme sus documentos, por favor.
Ella también asumió su papel.
—Excúseme, oficial, -le dijo- me tomé unos segundos y crucé después de asegurarme de que no venía nadie porque voy a una reunión muy importante.
—Las leyes se respetan, señorita. Cruzando en rojo puede causar un accidente y hasta matar a alguien. Acompáñeme al cuartel, por favor.
Ella miró por unos segundos el rostro adusto del uniformado y decidió no oponer resistencia.
—Sí, señor –le respondió con ironía- móntese. Vamos a resolver rapidito.
El oficial no dijo nada; subió al auto y le ordenó:
—¡Siga derecho todo el tiempo!
Durante el trayecto, Mirna lo observaba de reojo esperando una sonrisa y un cambio de actitud, pero él continuaba sumergido en su mutismo.
Cuando sólo faltaban unas cuadras para llegar al recinto, la joven explotó:
—Mira, Jorge. Te he seguido la corriente, pero ya está bueno. ¿Qué se supone que hagamos en el cuartel?
—Sencillo, Mirna. –también la tuteó él- Allí vas a pagar la multa que te voy a poner y vas a escuchar una charla que le dan a los infractores para que manejen con cuidado.
—Pues mira que no vor a pagar la multa y mucho menos voy a escuchar ninguna charla, pues ahora sigo para mi reunión. Si quieres, te dejo en la esquina donde me detuviste.
—No. Primero, como buena ciudadana que eres, pagas la multa y vas a la charla.
—No. Primero te devuelvo tu anillo y terminamos el noviazgo. No voy a casarme con un hombre que me detiene y me pone un ticket.
Jorge la miró a los ojos y se bajó. Se quedó parado en la calzada pensando qué hacer. Entonces, cuando ella se disponía a arrancar, la llamó:
—¡Mirna!
Ella sonrió, se detuvo y bajó el cristal. Él, ya frente a su puerta, escribió algo y extendiéndole el papel, le dijo:
—Es tu multa. Tienes 24 horas para pagarla.
Y cruzó la calle para tomar un vehículo que lo llevara de regreso, satisfecho por haber cumplido con su deber sin ceder a ningún chantaje.
Alberto Vásquez.
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