Recuerdo tu voz, entrañable como la madre tierra,
No era salvaje como dicen, era un tejido de jardines,
Aura de grandes manantiales que gritaban,
Antes del arribo de Dios, cuando los evangelios no te callaban,
Cuando los rayos del sol acariciaban tu piel dorada
Cuando bajo tus labios tus frutos lloraban,
Y cuando para ti en guerra ellos cantaban.

Me gustaría olvidar cuando llegó Dios,
Para saber cuáles hubieran sido tus palabras
Que fueron mitigadas con la pavorosa cruz,
Con la que se sirvieron para devorarte,
Y regaron con tu pena las tierras nuestras,
Y con su corrupta simiente asesina,
Aislaron y encadenaron a los tuyos a las cuevas del olvido.

Luego comenzamos a nacer, machados, pero vivos otra vez
Pero tu voz permanecía silente,
Esta vez sellada por la tradición de los siglos,
Y esta vez solo llorarían bajo tus labios
Para terminar de nacer,
Para abandonar el nido y dejarte hilando,
Cocinando un futuro en el que estás ausente,
Contemplando cómo sus errores destruyen tu hogar.

Y el mundo que de ti nació, por fin por ti se movió,
Te devolvieron la voz y el canto, los manantiales y la tierra,
Pero aquella asesina simiente de Dios engendró a tus hijos,
Quienes con las armas de los reyes se siguen sirviendo de ti,
Y tu único pecado, como Medusa, es tu belleza,
Gracia que te mantiene en la cruz de la vejación y esclavitud
Y aunque todos te oyen llorar, nadie corre en tu socorro,
Y aunque hoy cantas lágrimas a cántaros,
Y aunque hoy versas en lápidas eternas,
Nadie busca tu ancestral libertad.