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agosto 1° de 2013

Llegué al pueblo después de un viaje en tren de dos horas. Necesitaba consultar a la vidente del lugar. Mis amigos, movidos por el afecto que sentían hacia mí, insistieron en que la única que podría ayudarme era doña Amparo. La doña tenía ganada una larga fama aconsejando a las jóvenes para conseguir novio, preparando gualichos especiales para no perderlos; curando empachos, ladillas y extirpando lombrices solitarias en los bebés.
Apenas había empezado a noviar con Martín –mi tercer novio- y hasta ahora nadie me había visto con él-. Lo mantuve casi en secreto. No quería que sucediera lo mismo que con los anteriores. Por eso es que estaba preocupada y decidí que la tercera es la vencida: iría otra vez a consultar a Doña Amparo.
Estaba cansada de escuchar:
– ¿Y, no encontraste novio? ¿Es raro, lo que te pasa? ¡Mirá que haber tenido dos y los dos se te murieron, eh!
Yo me quedaba callada, con la intención de no alimentar la conversación sobre el tema.
– ¡Che! a vos ¿no te llama la atención? Sí, ya sé, me contaste que el primero falleció y no pudieron saber por qué. Pero, ¿qué pasó con el segundo, el que era de Playa del sol? -insistía mi amiga.
– ¡Qué sé yo! Un día se fue diciendo hasta mañana y no volvió más. Con decirte que no lo he visto por ningún lado -dije con los ojos llenos de lágrimas y los dientes apretados.
–En fin, no hay mal que por bien no venga -dijo a modo de consuelo- me enteré que los dos anduvieron con las locas del callejón al mismo tiempo que eran tus novios.-
Después agregó:
–Tendrías que ver a Doña Amparo, ella seguro que te da la solución. Vas a ver que la próxima vez encontrarás a tu príncipe azul.
Me despedí de mi amiga y pensé que no estaba mal su consejo. Sería la tercera vez que iría a visitar a la doña. Hace cuatro años fui a pedirle un gualicho para conseguir marido. Me lo dio y me dijo que cuando encontrara novio se lo fuera dando de a poco en el mate. Eso sí, no tenía que decirle nada a nadie y tenía que dárselo al hombre cada día que viniera a visitarme. Regresé a mi casa con el frasquito de vidrio color marrón en la cartera. A la noche, ya sola en mi pieza lo desenvolví y lo miré con atención mientras fruncía la nariz por el olor que emanaba. Era un olor suave pero parecido al del zanjón que había al borde de mi vereda. Dos veces hice lo que ella me dijo: con el primero y luego con el segundo novio.
Me sacudí el polvo que el viento había hecho entrar por la ventanilla y enfilé para lo de Doña Amparo. Tenía que confesarle mis temores, decirle que yo comprendía que cuando Juan se enfermó, ella no pudo hacer nada. También decirle que cuando el Héctor desapareció, pensé en llamarlo por teléfono pero sabía que ya no estaba en el pueblo y con llamarlo no cambiaría nada. Por último, tenía que confesarle porque lo presentía, que estaba a un paso de quedarme otra vez sin novio y no quería que eso me pasara. Ella tenía que ayudarme dándome algún gualicho más fuerte.
Dos cuadras antes de llegar a la casa de la mujer, me llegaron los rumores de su enfermedad. Llamé a su puerta y me atendió una señora que no conocía.
– ¡Ah, usted busca a la doña! Pobrecita, se la llevaron para internarla. Creo que alguien la denunció por andar haciendo favores a la gente. ¡Tan buena que era ella, tan servicial! Siempre tenía algún frasquito para lo que se necesitaba. Pero parece, que el diablo metió la cola y la denunciaron porque dijeron que estaba un poco mal de la cabeza. Yo creo que estaba ciega y muy vieja.
– ¿Cómo que la denunciaron? ¡Pobre mujer! y ¿ahora?
–No sé lo que le irá a pasar. Algunos agregaron que dos o tres veces la vieron -a las doce de la noche y en total oscuridad- de rodillas, metiendo o sacando algo del zanjón de su casa. De ahí es que pensaron que estaba un poco ida.
La mujer siguió contándome que la policía y los enfermeros le revisaron toda la casa y se llevaron como quince o veinte botellitas, todos iguales, con el nombre de su contenido prolijamente escrito en una etiqueta. Agregó que las personas que compraron esos frasquitos se enfermaron. Y, luego en voz muy baja aunque no había nadie cerca para oírla, me dijo que hasta hubo algún muerto. Ella no quería hacer bulla contando eso, pero le parecía que la doña, ya estaba muy viejita y se podía equivocar.
Al oír eso, perdí mis esperanzas. Ya nadie me podría ayudar. Me prometí a mí misma rezar una oración para la doña. Para que Dios la ayudara a ella ahora. Pues no me quedaban ya dudas acerca de la suerte corrida por mis ex novios, cuando la vecina dijo que la policía arrasó con todos los frasquitos

Texto agregado el 24-10-2016, y leído por 226 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
01-11-2016 el mejor gualicho para el amor es la sinceridad seroma2
30-10-2016 Es un texto bien narrado, una historia que a pesar de mostrar actitudes humanas que debieran estar en desuso, prevalecen en la práctica de un sincretismo no necesariamente perverso. Las ironías de la vida, por querer conservar al amado, terminó con aquél. No puedo dejar de mencionar que las necesidades “humanas” han sido y serán caldo de cultivo para la charlatanería, por eso a diario se publicitan productos “milagrosos” que terminan por ser un fiasco. Grato leerlo sagitarion
26-10-2016 Conmigo tu secreto está a salvo. Otro te acusaría de asesinato en segundo grado. ¿Tu texto también asesina de lo bueno que está! -ZEPOL
25-10-2016 Jajajaa...qué buen relato! Muy fluido y ameno. Me encantó. MujerDiosa
24-10-2016 Ummm...qué peligro!!. Las mujeres son más de envenenar, el hombre de acuchillar. No sé que es peor...***** grilo
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