Por así decir, uno tenía que haber muerto ya. No es que lo desee, pero determinadas circunstancias abonan la tesis de vivir, como se suele decir, de milagro. Gente con menos suerte adorna los altares.
Tras unos veinte años de coma espiritual afloré de nuevo en algo parecido a lo que se ha conceptuado como vida eterna- una aproximación como casi todo. Caso parecido al que sobrevive a un accidente grave o se recupera raspando lo imposible de una enfermedad generalmente mortuoria. Y dirán cómo es el caso. Les contaré.
Uno había sido parte de pago por el hecho de vivir. La vida de los pobres es subvida. Todo empezó con una guerra civil. Pronto descubrí que aquello no iba conmigo. Me perdí en la espesura de la selva con escaso equipaje, pero con una convicción clara. O mejor, con dos: la de desertar de los tiros, y la de sobrevivir.
Me adoptó una tribu y formo parte de ella desde entonces. Hoy han llegado los madereros. Están abriendo una carretera. Me ha gustado oír castellano después de tanto tiempo. En la ciudad he descubierto que no existo. He sido declarado muerto civil.
Me he adentrado otra vez en la selva ya quizá para siempre, para morir una segunda vez.