El pobre siente que se incendia. Que por sus venas corre un fuego distinto al combustible, un fuego lento, que avanza con precisión.
De a poco siente que este fuego, del mismo color que su sangre, le quema los pensamientos, y genera imágenes que no puede soportar.
El fuego lo transforma, muy a su pesar, y sin embargo, lo espera.
Quiere que el fuego lo embriague, quiere estar sediento. Necesita al fuego, casi tanto como el fuego vive gracias a él.
Se vuelve insoportable, siente como arde por dentro, y no hay forma de frenar la sensación. Sabe que no puede hacerlo, que no está permitido apagar el fuego, de ninguna forma. Ya va a llegar quien lo apague, quien tiene el poder de hacerlo. La única potestad, quien comanda esa saciedad. Pero falta mucho, más de lo deseado.
Sin proponerselo, sufriendo la deliciosa tortura, de a poco empieza a remitir, el fuego retrocede y el cuerpo se entibia. Pero no se va, no del todo, y él lo sabe. El fuego espera dormido a que lo enciendan, y él también. Sabe que junto al fuego, vuelve ella, y esa es la mejor forma de sentirse vivo. |