Antes de convertirse en paradigma, a Pedro Botas se le ocurrió la idea de hacerse inventor. A tal fin dispuso un cartel en el frontispicio de su fachada, encima justo de la puerta. Y es que no hay peor cosa para la supervivencia que la de pasar a ser paradigma. Una vez que se entra en este peligroso campo paradigmático es muy difícil encontrar la puerta de salida.
A no ser que, por la razón que sea, el paradigma sea positivo. Es decir que se sea un amalgama de las virtudes que en general gusten al vulgo: no se desprecie el vino ni demás alcancías de las entretelas del ciudadano medio. El no reunir estos requisitos y ser un hombre pobre estaban convirtiendo a Pedro Botas en sinónimo de algo. De algo que conducía a la burla, el abandono y la tumba como corolario.
Pero ahí estaba Pedro, para hacer frente a la caterva verbal, a la corriente de opinión que siempre se genera como pantalla de humo para distraer la atención sobre quienes la proyectan.
Bastó el letrero sobre su puerta. La gente empezó a reírse de la ocurrencia y así el señor Pedro Botas que habría de haber sido paradigma de todo lo execrable pasó a ser sencillamente el inventor Don Pedro Botas.