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“La Cueva del bibliotecario”

Era una cueva, una madriguera enorme, eso decía la vecina de Clara.
En el jardín de la Biblioteca, considerado el más grande de la ciudad, un gran ratón atemorizaba a los vecinos.
Aseguraba que este enorme ratón, vivía en una cueva justo en medio de dos arbustos de rosa mosqueta a pasos de la Biblioteca. Clara recordó que en otra ocasión, la vecina aseguró haber visto al mismo Satán pasearse por las calles, pero nadie vio a Lucifer o a algo parecido. Por eso era muy difícil que le creyeran esta historia del ratón.
Un poco intrigada y sacrificando su noche de fin de semana, Clara en un fuerte afán de aventura tomó la decisión de acercarse al jardín. Premunida de una cámara digital de alta resolución que recientemente había adquirido, un par de binoculares y bastante queso, se armó de paciencia y se dirigió hasta allá. Detuvo su auto a pocos metros del edificio y desde allí esperó a que algo extraordinario pasara. La medianoche en el reloj del auto y nada que llamara su atención, hasta que vio pasar raudamente ante su vista una rata del tamaño de un gato. Tomó la cámara, pensando en captarlo, pero no volvió a aparecer. Una lástima, había perdido el momento. A eso de las tres de la mañana, decidió regresar a casa. Volvería la noche próxima pero cambiaría de estrategia, además había olvidado usar el queso, entonces ahora, lo pondría en su trayecto y luego se apostaría a esperar a que el ratón saliera para captarlo con su cámara. Había tomado esto como una tarea tan divertida que no le importaba pasar la noche esperando tomar fotos de un ratón o de lo que fuera. Esto era especial, sobre todo por la búsqueda nocturna.
Llegó la siguiente noche y dispuso los trozos del buen queso haciendo un camino, a unos tres metros de los arbustos.
La vecina que había informado de la supuesta cueva, la auscultaba desde la ventana de su casa con un dejo de temor. Sintió su mirada rozándole el hombro derecho, movió la cabeza en esa dirección y allí estaba clavándole sus ojos traspasando el ventanal, Clara le sonrió apenas y ella movió su mano izquierda en respuesta. Bueno, se dijo…estaba todo listo, ahora a esperar. Allí quedaron los quesos como pedazos de oro sobre el pasto.
Sentada en el auto y con la ventanilla abierta, escuchó unos ruidos rarísimos, afinó el oído para escuchar mejor y después de un rato ahí estaban nuevamente. Al parecer venían de la cueva.
Decidió temerariamente salir del auto con cámara y binoculares en mano y a pasos suaves, se dejó caer sobre el pasto a poca distancia de aquel lugar. Comenzó el ruido otra vez, pero además pudo sentir la vibración del suelo recorriendo su cuerpo en contacto con el pasto. Sujetó fuertemente contra su pecho su cámara y los binoculares.
Creyó estar confundida cada vez era más fuerte, parecía un temblor, definitivamente lo era o estaba viviendo un terremoto. Las copas de los árboles del jardín se cimbraban como simples arbustos y el pasto parecía ondular como una alfombra sobre una cama de agua. En un segundo miró la ventana de la vecina, pero esta se había apagado, sintió un extraño temor.
Pudo ver como los trozos de queso entraban en la cueva por gravedad, el prado en forma elástica se había levantado como un terraplén para dejar caer su obsequio directo a la cueva sin que ella pudiera hacer nada…estaba maravillada pero no había podido tomar ningún registro de aquello.
El temblor se detuvo…apuntó sus binoculares en dirección a la cueva, pero de pronto, el terreno bajo su cuerpo cedió y cayó en un oscuro fondo. Calculó que la caída fue de unos cinco a siete metros, no estaba completamente segura.
Aterrada y en plena oscuridad, tomó conciencia de donde estaba, había un pequeño haz de luz entre los pedazos de pasto y arena frente a sus ojos, comenzó a moverlos y la luz se hizo más grande. Rescató sus binoculares y la cámara que pese a la tierra parecían estar bien, luego se movió en dirección a la luz.
El pasillo o corredor solo le permitía moverse en cuclillas, podía mantener la cabeza erguida, era limpio e iluminado. Se detuvo un instante para oír algún sonido…nada de la calle, nada de nada, solo tierra a su alrededor. Siguió avanzando hasta oír algo, un murmullo, cada vez se hacía más claro.
-Estaba esperándote Clara, espero que no te asustaras con la caída. Bienvenida a mi casa.
Clara estaba estupefacta…de quién diablos era esa voz? Más parecía un sueño que otra cosa. El pasillo se hacía más espacioso e iluminado, unas gradas de piedra era la antesala de un área mayor, todo el lugar estaba atestado de libros, de todos los tamaños e idiomas, amontonados en columnas, otros formaban pilares sobre un escritorio de tamaño infantil. La luz provenía de tres enormes lámparas que iluminaban el lugar. Tras el escritorio un enorme ratón leyendo un libro recostado sobre unos cojines de lana roja la observaba sonriente.

Texto agregado el 20-10-2016, y leído por 174 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-08-2017 Mmmmmm,imaginé otro final. Me gustó leer ,siempre pensando e imaginando un final ,eso me encanta***** Un abrazo Victoria 6236013
20-10-2016 lo que se dice un verdadero raton de biblioteca seroma2
 
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