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La obsesión de Esteban

-Para mañana, tendremos precipitaciones, con una mínima de tres y una máxima de nueve grados.
Esteban apagó la radio, luego de ese silencio forzado, tan solo se sentó a escuchar el ruido de la lluvia como de costumbre…se instaló en la ventana para oír la voz de la vecina al mismo tiempo que ponía atención en los sonidos de la lluvia. Esa noche había distintos tipos de gotas de lluvia, según grosor y potencia en la caída, dependiendo del lugar donde golpeara cada gota, A Esteban le gustaba jugar a determinar una variedad ilimitada de sonidos. A veces pensaba que podía estar enloqueciendo, mientras tiritaba el techo de su casa, ante la lluvia…eso le fascinaba, porque sus oídos parecían entrar en un mundo de expansión enorme. Allí se dilataban todos los ruidos en forma exponencial, a veces podía oír lo que ocurría en la esquina de su calle, otras veces escuchaba el diálogo entre pasajeros de un colectivo, otras…la nada, el vacío, como una atmósfera de pantalla líquida en blanco, era difícil para el no poder oír nada, ya que el silencio lo martirizaba.
Pero sin duda lo que más fascinaba a Esteban era el constante taconeo de las mujeres por todas partes, en especial saliendo o entrando a los ascensores.
Imaginaba la línea de las pantorrillas, la tibieza de los muslos, besar con locura las piernas de una mujer en el ascensor…luego llevarse consigo los zapatos para guardarlos en su dormitorio, que había de malo en ello? Se preguntaba.
Un tarde, luego de una llamada telefónica, decidió ir hasta el centro de la ciudad. Hacía muchos días que no salía de casa, como su padre le obsequiara recientemente un bastón nuevo, se animó a usarlo y salió.
Esteban había perdido la vista luego de un accidente carretero. Ese día acababa de cumplir los 15 años y ahora que ya había cumplido los 40 no se había percatado en lo absoluto, de lo atractivo que era verlo caminar por la calle, siempre llamaba la atención de los transeúntes, era como un actor de cine mudo congelado en el tiempo, tenía algo oculto que lo hacía interesante, el cabello peinado hacia atrás con gel, tenía muy buen gusto en las texturas del vestuario que acostumbraba a combinar, zapatos negros, sin cordones, detestaba atar o desatar…rasurado a la perfección y dejaba entrever pelos del pecho en el segundo botón de su camisa. Los rasgos de su cara eran tan viriles que las gafas negras nunca fueron un detractor sino que atraían la mirada de las mujeres ansiosas, infinitamente solas muchas de ellas, maduras algunas, más adolescentes otras, además de todo aquello no pocos hombres lo miraban también con ganas de poder conocer su virilidad como cualquier mujer.
Esa tarde Esteban buscaba una farmacia, tocando el muro reconocido de esa calle tantas veces transitada por el, llegó a la entrada del local con su bastón nuevo, respiró tranquilo y acomodó sus gafas. Estaba de pie y afirmado en la pared junto a la puerta de vidrio para entrar cuando chocó con algo metálico, delgado, que lo detuvo. No lo reconoció al principio, los cuadros mentales corrieron con suma fugacidad para crear una imagen al interior de su mente, algo que le indicara un cuerpo sólido en ese toque metálico. Hasta que por fin ya no tenía dudas, se trataba de otro bastón de ciegos.
La muchacha tan sorprendida como el, soltó una carcajada.
-Parece que chocamos le dijo, mientras se llevaba instintivamente la mano al pelo para ordenarlo un poco, ella prefería llevarlo largo y liso, vestía colores suaves, ceñido vestido y labios maquillados.
-Así parece respondió Esteban mostrando una sonrisa.
-Perdona, mejor salimos de acá, así no estorbamos la entrada a los demás dijo ella.
Juntos se movilizaron hacia un costado de la farmacia, rozándose suavemente por los hombros, se detuvieron un instante uno frente al otro y doblaron sus bastones para así guardarlos en sus bolsillos.
Ella aprovechó la complicidad en esos segundos de la cercanía corporal para entrar en la atmósfera íntima que rodeaba a Esteban. El olor de su piel, fue entrando en su cuerpo sorprendiéndola sugestivamente.
-Soy Amelia, mucho gusto, trabajo a unas cuadras de acá.
-Hola Amelia, Esteban, el gusto es mío…Tomó una pausa y dijo:
-Puedo acompañarte hasta tu trabajo? Es lo menos que puedo hacer después de chocar mi bastón con el tuyo, dijo con una sonrisa sensual…más tarde vuelvo a la farmacia a buscar lo que necesito. Amelia accedió y tomó del brazo a Esteban, mientras este estiraba su bastón nuevamente para apoyarse. Se pusieron en marcha, uno junto al otro, parecían una postal recortada en blanco y negro en medio de la gran página de un diario lleno de información, colores y ruidos, tan exteriores como ajenos a ellos. Un par de amantes de otra dimensión en medio de un desierto perdido.
Amelia trabajaba en un centro de relajación y masaje terapéutico, era considerada una de las mejores masajistas del lugar, los clientes una vez que la conocían, solo querían ser atendidos por ella.
Mientras ella hacía un resumen de si misma a Esteban, este escuchaba la voz que salía de esa mujer completamente desconocida, parecía muy concentrado construyendo su figura, empezando por los zapatos que eran su debilidad, pero en realidad no había oído nada de lo que ella estaba diciendo.
Amelia pasó una larga estadía en el valle del Elqui, donde aprendió muchas prácticas relajantes, conocimientos de hierbas medicinales, Yoga, Reiki, curación por medio de la energía de manos, curación con piedras, entre otras cosas.
No tardó en invitar a Esteban a una sesión de masajes de relajación, a lo que este accedió.
Frente al centro de relajación Esteban se detuvo abruptamente y dijo:
-¿Qué zapatos llevas puestos hoy?
-Un par de zapatos de taco bajo…por qué lo preguntas? Respondió ella sorprendida y en tono risueño.
-Trabajas en una zapatería Esteban?
-No…disculpa, es que me gusta el ruido de los zapatos de las mujeres, en especial si son de tacos altos. Yo trabajo en una radio, hago el programa “Ojos del alma” no se si lo conoces.
-No puedo creerlo yo siempre sintonizo ese programa!
Amelia estaba fascinada con Esteban, tanto así que lo invitó ese mismo día a su casa. Quedaron de encontrarse a la salida a eso de las seis de la tarde.
Al llegar Esteban le dijo a Amelia:
-Amelia te importaría si te pido algo? Quiero que al llegar a tu casa te pongas zapatos de tacos altos, lo harías por mi? Amelia estaba tan a gusto con el que accedió.
-Está bien, tengo zapatos altos, unos negros y otros rojos.
-Ponte los rojos por favor…jajaja me creerás loco verdad? Imagino que te ves hermosa con ellos.
En casa, Amelia fue a cambiarse los zapatos, mientras lo hacía, una pequeña duda la invadió, una leve desconfianza. Luego de eso se dijo:
-Pero que estoy pensando, quien puede dudar de un hombre ciego? Además trabaja en radio, me agrada, no creo que haya nada malo en el. Estoy imaginándome demasiadas cosas últimamente. Comenzó a caminar hacia el salón donde había dejado a su invitado esperándola, pero el ya no estaba sentado en el sofá.
Esteban, se había puesto de pie y desde el umbral del salón, estaba oyendo el taconeo de sus zapatos…
-Esteban dónde estas? Estas jugando conmigo?
-Amelia, camina por la habitación para escucharte, por favor. Esteban estaba muy excitado y de pronto ya no pudo más, se abalanzó sobre ella como un loco. Besándola por todas partes, para el era como un sueño hecho realidad.
Amelia no daba crédito y comenzó a gritar:
-Déjame por favor, que te pasa!!
-Cállate! Estas loca?
Esteban, la golpeó tan fuerte hasta hacerla desmayar.
-A mi nadie me grita!
Amelia desnuda, tendida sobre la alfombra de su casa fue encontrada por una vecina, que alertada por sus gritos, entró por el patio.
Cuando la policía entró en casa de Esteban, encontraron bajo su cama decenas de zapatos de mujer. Esposado, pedía a gritos a los policías que no le quitaran sus zapatos.
-Son míos, los tacones son míos…no se los lleven, yo me los gané!!!

Texto agregado el 20-10-2016, y leído por 138 visitantes. (1 voto)


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