Quisiera sentarme en un viejo café, esos umbrosos con mesas y sillas marcadas por el tiempo. Esos que frecuentan los viejos solitarios para tomar una grapa en el mostrador atendido por un gallego hosco y de pocas palabras. En alguna mesa otros veteranos tomando café sin mucho que decirse mirando por la ventana un mundo que cambió dejándolos afuera. Esos cafés que alguna vez albergaron como segundo hogar a muchachadas bulliciosas y que ahora resisten obstinadamente la extinción. Y quisiera que del otro lado de la mesa y los dos pocillos vacíos estuviera la mujer, esa que no podía pisarlos en épocas de gloria porque eran clubes de hombres. Esa mujer sin rostro que poco importa fuera morocha o rubia, gorda o flaca, joven o vieja. Esa de mirada inquisidora y profunda como son la miradas de todas las mujeres y fijando los míos en esos ojos, solo en esos ojos, le diría:
Gracias mujer, fuiste la más importante razón por la que pude haber vivido.