LOS EUROS DE LOS ROLLING STONES
Tina fue hasta la sala con la humeante taza de café en una mano, y tras arrellanarse en el butacón, marcó en el teléfono el número de su amiga.
-¡Tere, soy yo, Tina! ¡Ay, ese teléfono tuyo casi ni se oye! ¡Te llamo por lo del concierto de los Rolling Stones! ¡Tenemos que ir!
-¿Pero y esos quiénes son? –le preguntó Tere con voz de sorpresa.
-¡Ay chica, pero qué burra eres! ¿Tú no conoces a los Rolling Stones? ¡Son esos viejos ingleses que tocan rock hace una bola de años! ¡Imagínate que son contemporáneos con los Beatles! Y también como ellos, estuvieron prohibidos aquí en la época en que tú y yo ni siquiera habíamos nacido.
-¡Ay, no sé! Es que a mí esa bulla del rock no me gusta….
-¡Cállate y escúchame! ¡Vienen a dar un concierto en la Ciudad Deportiva, aquí en La Habana! ¡Ya hasta por la televisión lo han dicho! Pero lo que no dijeron es lo que me contó mi amigo Dagoberto, que tiene un alto cargo en el Ministerio de Cultura. ¡Al final del concierto piensan tirarle euros a la gente desde un helicóptero!
-¡No me digas! ¡Oye, pero esos viejos deben de estar podridos en dinero! ¡Ay, entonces no podemos perdernos ese concierto! ¡Algún billetito tiene que tocarnos a nosotras! ¿Cuándo es?
-¡Este sábado! Pero fíjate, tenemos que ir desde bien temprano, para reservar puestos, y estar lo más cerca posible del escenario. Lleva agua en una mochila, y panes con algo por si nos entra hambre. Yo voy a hacer lo mismo. Por cierto, déjame recordarte que estaremos muchas horas de pie, así que ni se te ocurra aparecerte allí en tacones. ¡Mira que aún me acuerdo muy bien de tu historia en aquel desfile al que tuvimos que ir por el trabajo!
-¡Pero qué mala eres! –rió Tere-. ¡No se te olvida lo de ese día!
Su amiga se refería a una marcha gigante por la Quinta Avenida de La Habana, organizada diez años atrás para pasar frente a la embajada de Italia, y protestar contra la Comunidad Europea y en especial contra Berlusconi. Era la época en que por los trabajos se les estaba asignando a los más destacados el derecho a adquirir a plazos un televisor chino. Hacerse presente en el desfile significaba acumular méritos, y como ambas aspiraban al artículo, fueron de las primeras en dar un paso al frente. Tere se apareció en tacones. Con los mismos de ir a trabajar. Y no porque quisiera ir elegante, sino porque en ese entonces eran los únicos zapatos decentes con que contaba. Su amiga Tina se burló de ella. Pero al final le resultaron de gran utilidad. Caminando en medio de aquella masa compacta de personas gritando consignas, le dio un fuerte dolor de estómago, de esos que no pueden aguantarse, y no le quedó otra que buscar con desespero un sitio dónde evacuar.
-¡Äy, Tina! ¡Voy a tener que llegarme a uno de esos baños portátiles que han puesto a orillas de la calle! ¡Me duele mucho la barriga!
-¿A esos baños, Tere? ¡Oye, pero que antojada eres! ¡Si a esos baños no se puede ni entrar de la peste que tienen! ¡Y el piso es un mar de orine!
Al final, los tacones le hicieron la función de zancos. Se agachó nerviosa, cuidando de que la saya no tocara el suelo, y como los baños carecían de techo, intentó taparse con la enorme pancarta de protesta que llevaban entre las dos, y que decía en letras rojas: “Berlusconi Mariconi”. Un helicóptero pasaba constantemente sobre la multitud haciendo filmaciones, y su amiga Tina le advirtió muerta de la risa:
-¡Mira a ver qué haces! ¡Tápate bien, porque a lo mejor sale luego en la Internet un video del culo tuyo!
Al terminar, Tere dio una mala pisada, y se le partió la puya de un tacón. Tuvo que hacer descalza el resto del desfile.
En la asamblea de la siguiente semana, ambas se enfrentaron por el televisor. Se insultaron, olvidando la amistad que las unía por años, y llegaron incluso hasta acusarse mutuamente de sacar de la fábrica -escondidos entre las tetas-, pomos de perfumes y cosméticos para venderlos de contrabando. Todo por gusto, porque al final, a ninguna de las dos le ofrecieron el equipo. Durante meses estuvieron disgustadas. Pero luego se reconciliaron, y las cosas volvieron a ser como antes.
El día antes del concierto, Tina volvió a llamarla.
-Oye, ya no voy. Todo fue una falsa alarma. Dice Dagoberto que el dinero que van a tirar es falso. ¡Tacañísimos que son los viejos esos! Lo hacen para filmarlo, y utilizar luego las imágenes en un video clip.
-¡Pues ahora que me embullaste, yo sí voy a ir! ¡Ya hasta hablé con Cuca la vecina para que mañana me cuide al niño!
Eran pasadas las cuatro de la tarde cuando Tere se apareció en la explanada de la Ciudad Deportiva. Montones de gente rodeaban ya la tribuna, sin importarles que el sol continuase aún a aquella hora castigando fuerte desde un cielo sin nubes. Ella no tenía interés alguno en ver de cerca a los artistas, por lo que no iba a martirizarse intentando reservar un buen sitio. Enfiló hacia la sombra que proyectaban las matas de arecas sembradas junto a las cercas exteriores.
-¿Me puedo acomodar aquí junto a usted? –se dirigió a un señor maduro, pero de muy buen ver, sentado al pie de una de aquellas matas. Llevaba pantalones cortos, sandalias y sombrero.
-¡Claro, por supuesto! –le respondió él con un acento que inmediatamente ella reconoció como argentino.
-¡Ay, tú no pareces cubano! –dijo divertida-. Debes ser argentino o uruguayo.
La conversación entre ambos se hizo fluida. Se llamaba Mauricio. Le encantaban los Rolling Stones, aunque ciertamente no era tan fanático como para volar a La Habana únicamente por verlos. Quiso la casualidad que desde antes tuviera un viaje de negocios programado para estas fechas, y ya que estaba en Cuba, no iba a dejar de ser parte de un acontecimiento así. Ella le confesó que tampoco era fanática. Ni siquiera los conocía. Pero una amiga la había animado a que asistiera, y dejó incluso a su hijo con una vecina para poder estar presente allí.
Media hora más tarde, Mauricio la estaba convidando para que lo acompañara a tomar algo hasta una habitación que tenía alquilada en un departamento de Centro Habana.
-¿Pero y no vas a ver a los Rolling Stones? –le preguntó ella entre asombrada y coqueta-. ¿Te vas a perder el concierto?
-Es que vos me interesás mucho más que ellos….
Cuando llegaron, él le pidió que esperase un momento abajo. Debía asegurarse de que no la vieran subir. Fue lo primero que le advirtió el casero al exigirle el pasaporte para rentarle el cuarto. “¡Nada de chicas o chicos, por favor!”
El camino estaba libre. Ella subió de prisa, y siguió a Mauricio hasta una habitación muy confortable, con split y minibar. Se desnudaron, mientras se besaban apasionadamente. Tere quedó algo decepcionada por la forma en que aquel argentino le hacía el amor. Pero fingió. Y gritó, y gimió, y se quejó fuerte mientras era penetrada, y hasta estiró los dedos de los pies para que él pensara que tenía orgasmos.
Y en eso tocaron a la puerta. Con fuerza. Con insistencia. Con desespero. Mauricio paró de moverse, y preguntó:
-¿Pasa algo?
-Sí, claro que pasa –respondió desde afuera la voz del casero-. ¡Por favor, ábrame ahora mismo la puerta!
Tere se vistió lo más rápido que pudo, se alisó el pelo delante del espejo, y le hizo señas a Mauricio de que ya podía abrir.
-¡Yo le dije a usted muy claro que en mi casa no quería putas! –soltó el casero en cuanto los tuvo a la vista.
-¡Yo no soy ninguna puta! ¡Respétame, maricón de mierda! –saltó Tere como una leona, y le fue para encima con el ánimo de arañarlo con sus largas uñas punzó.
Mauricio la detuvo.
-¡Tú te callas la boca, y déjate de armar escándalos! ¿O quieres que te llame a la policía, y te acuse de asedio a turistas? –la amenazó el casero. Luego, dirigiéndose a Mauricio, puso en sus manos el valor del dinero correspondiente a los tres días de alquiler que ya él le había pagado.
-¿Y esto qué significa?
-Significa que ahora mismo, ustedes se van de mi casa. ¡Los dos! ¡Les doy quince minutos para que salgan!
Tere lo ayudó con las maletas. Un par de cuadras más adelante encontraron otra casa de alquiler. Ella esperó a que él se acomodara. Al despedirse, Mauricio le ofreció cincuenta dólares.
-¡Yo no soy ninguna puta! –se ofendió, rechazando el dinero.
-¡Tomálo! ¡Es para tu pibe! ¡Comprále algo con esto!
A la mañana siguiente, Tina la llamó bien temprano.
-¡Cuéntame! ¿Qué tal el concierto?
-¿El concierto? ¡Maravilloso! –rió Tere-. ¡Y no me vine a la casa con euros, pero sí con dólares americanos!
-¿Pero qué dinero es ese? ¡Si al final Dagoberto me dijo que no iban a tirar nada! ¡Ni siquiera billetes falsos!
-¡Es que el dinero no cayó del cielo, ni de ningún helicóptero!
-¿Y entonces?
Tere estalló en una carcajada, y antes de ponerse a contarle a su amiga toda la historia, exclamó para intrigarla:
-¡A partir de ahora esos Rolling Stones tendrán para mí sabor a tango!
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