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Aquella soledad era muy buena para escribir "tontás". A tales alturas del film no es que el hombre esperara gran cosa de los demás: unos otros que se habían empeñado- a través de aquella sobrecogedora soledad- en que fuera un auténtico genio de la literatura, si tomamos como criterio las escasas molestias que le procuraban y el consiguiente tiempo libre de que lo hacían acreedor.
De hecho su familia eran los libros y sus hijos sus escritos. En base a las propiedades de lavado de una mano sobre la otra, tal sujeto estaba siendo condenado a la vez que al ostracismo a ser dueño de un tiempo infinito. Estaba a punto de caer en el desánimo cuando comprobó que la soledad no era patrimonio propio ni la compañía monopolio de nadie. Qué era menester para abandonar aquella escuela de sabiduría que era la soledad más absoluta, se preguntaba, pero ahora, dándose cuenta que tal interrogante lo llevaba inscrito el que más y el que menos. Con el tiempo se había convertido en un sabio, pero nadie le escuchaba; en un ser prudente, pero nadie le consultaba; en una persona buena, pero a nadie le importaba. Agarró una botella de vino moscatel que tenía reservada para una visita que nunca llegaba, con la idea de solazarse él solo con la misma, e hubiera incurrido en la borrachera, la depresión y el desánimo, de no ser porque llamó al timbre alguien. No sonaba desde hacía tiempo. Le sorprendió. Dejó el moscatel a un lado. Le había salvado de todo aquéllo un empleado del gas. |
Texto agregado el 18-10-2016, y leído por 124
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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18-10-2016 |
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wow un texto cercano, cotidiano, a cualquiera le pasa.. Un abrazo, sheisan |
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18-10-2016 |
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Siempre hay una oportunidad. elpinero |
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