He escuchado muchas veces que antes de morir nos encontramos en un oscuro túnel al final del cual se puede ver una luz muy blanca hacia la que nos dirigimos. Cuando estoy en el mundo real, éste en el que yazgo inmóvil, incapaz de mover un músculo, hablar o siquiera terminar de abrir los párpados entrecerrados a través de los cuales solo veo una pared blanca en la que han colgado un crucifijo, me pregunto cuando ingresaré a ese bendito túnel. Más por mi familia porque yo no la paso mal.
No puede faltar mucho porque mi sentido del oído funciona, escucho y puedo pensar, Claro nadie está seguro de mi estado. Ni el médico, el neurólogo o el fisiatra mucho menos las enfermeras que tienen para mí la vergonzante tarea de cambiarme los pañales y limpiarme. Pero escucho y veo todo lo que se cruza por mi angosto ángulo de visión. Lo que tampoco saben es que tengo una vida muy activa. Curiosamente la vida que viví. Por momentos me voy de éste cuarto, hablo, camino, salto, juego, río, lloro y todo es absolutamente real.
No se cuánto dura cada viaje porque no tengo noción del tiempo pero debo llevar aquí bastante porque cuando sucediò el problema mi hija era soltera y ahora aparece con dos niños preciosos, pone sus caritas junto a la mía y les dice, besen al abuelo que duerme. A mi mujer también la veo cambiada, arrugas en la cara y canas. Debería teñirse. Sin duda han pasado varios años.
La enfermera principal, le dicen Rosita, es amorosa, me pone la sonda, me alimenta y me cuida como si fuera un niño. A veces la escucho decir, hoy es un hermoso día, buen día Alcides. ¡Alcides, que nombre por Dios! Capricho de mi madre en ponerme el nombre de su padre, mi suegro, que para colmo nunca simpatizó conmigo. Y justamente en uno de mis salidas tuve clara noticia del momento. Cuando vuelo del cuarto en mis viaje oníricos revivo mi vida pero no en forma cronológica sino azarosa, tanto puedo estar en un banco de la escuela primaria como con mi primera novia en un parque, en mi fiesta de casamiento o gestionando la jubilación.
Lo increíble es que en uno de ellos recree mi nacimiento. ¿Cómo puede uno recordar su nacimiento? No lo sé, pero lo recordé con lujo de detalles. El médico mientras cortaba el cordón umbilical le decía a mi madre, ya pasó todo y con felicidad señora, es un hermoso varoncito y me puso en sus brazos, yo sentía el agradable calor de su pecho y ella lloraba. Yo también a lo gritos. En un respiro escuché al médico hablar a mi padre, lo felicito señor, no son muchos los padres que se atreven a presenciar un parto, ya decidieron como lo van a llamar? -Alcides, contestó mi padre con cara de disgusto pero conste que fue idea de mi mujer.
También reviví episodios eróticos con algunas de mis novias, sintiéndome en el apogeo de mi potencia física, que me llenaron de felicidad, con besos apasionados, tacto, aromas, palabras de amor, música y todo en tiempo real, es increíble lo que puede hacer la mente. Ahora estoy nuevamente en el cuarto, en mi mundo inmóvil, la pared blanca y el crucifijo. Seguramente en algún momento aparecerá Rosita a cambiarme los pañales y dirá, que hermoso día Alcides, o tal vez, que tiempo terrible llueve a baldes.
Yo ni siquiera sé si estoy sucio, no siento mi cuerpo. En algún momento un médico joven me desnudó y comprendí que me había puesto boca abajo porque mi estrecho ángulo de visión solo veía el blanco de la almohada. Sin duda estaban trabajando en mi cuerpo y escuché la palabra, escaras. Que estará pasando, me pregunté. Rosita como si me hubiera escuchado exclamó ¡Pobre Alcides, como está! No se le infectarán doctor?
Y así continué no sé cuánto, porque como dije no tengo noción del tiempo, la pared blanca, el crucifijo y mis retornos a la vida que viví. Pero un día algo sucedió, desapareció la luz y me vi envuelto en la más negra oscuridad, todo se apagó. Ni luz ni sonidos, nada. Pensé que había muerto. Pero de pronto al final de lo que parecía un negro túnel vi una luz deslumbrante que me atraía, hacia ella iba. Por fin! me alborocé. Había llegado, no sé adónde pero había llegado.
Muy malo no podía ser porque siempre fui un hombre bueno. Los recuerdos se iban desvaneciendo, la conciencia desaparecía y a medida que me acercaba a la luz tuve ganas de gritar y cuando la traspuse estallé en un llanto que solo calmó un calor ya conocido que me envolvió.
Ya pasó todo y con felicidad señora, es un hermoso varoncito.
Lo felicito señor, no son muchos los padres que se atreven a presenciar un parto, ya decidieron como lo van a llamar? Alcides, respondió el señor Yanelli, pero conste que fue idea de mi mujer.
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