Observo el cielo y veo únicamente tu rostro. Bajo la mirada y tu sonrisa siempre está allí.

Camino entre los árboles de colores y tu silueta observo al borde del arrollo, bebiendo algún licor extraño. Tu sonrisa escucho entre toda la bulla del bosque y tu rostro imagino.

Me acerco con miedo lentamente, pero me detengo a mitad del camino, pues me intimida tu belleza. Te observo ya bajo la luz de la luna y lo hermosa que eres me paraliza.


Unos pasos más trato de dar cuidadosamente para no llamar la atención, mientras esquivo a los depredadores. No tengo un plan ni objetivo decidido. No tengo idea de por qué me acerco. Es una extraña sensación: mis pies simplemente se mueven y una tonta sonrisa aparece en mi rostro; como si, de alguna manera, una fuerza magnética me atrajese hacia ti. Luego, ya a unos centímetros te toco el hombro con un miedo indescriptible. Volteaste a verme.

En este preciso instante, mis rodillas empiezan a temblar, las manos me transpiran y mi mente deja de generar palabras. He quedado en blanco y cual tomate me torno. Solo atino a invitarte a bailar, mientras rezo que mi torpeza atractiva te parezca. Tu respuesta me hizo muy feliz.

Allí lo supe. Empezó nuestra historia.