EL MUNDO DE ANDREA
Andrea tiene 16 años. Le gusta la música clásica, dibujar y hablar por teléfono con sus amigas del colegio, hablan de todo. Incluso de Andrés, el chico que le gusta.
Pero hay algo especial en ella. Andrea vive en una sociedad donde el 99.9% de sus habitantes nacen con una extraña alteración genética: “El efecto del loco”. Lo había llamado así por la forma en la que esta afecta a las personas que lo “padecen”.
No entendía como el “efecto del loco” podía cambiar tanto a las personas. Las veía irritadas, gritando o siempre de mal humor.
Podía ver en sus ojos y muchas veces no veía nada a través de ellos. Muchas miradas vacías, con necesidad de afecto. Veía como estas personas guardaban sus sentimientos, se “protegían” para no parecer débiles. Ella no. Su fuerza residía en su capacidad para mostrar quien era, que es lo que quería, que es lo que sentía. Siempre con una sonrisa y la mirada mas tierna que alguien podía tener.
Veía como las personas con el “efecto del loco” siempre estaban mirándola. Ella no se preocupaba. Sabía que era de ese 0.1% especial de la sociedad. Sabía que tenía algo que ellos no tenían, y si lo tenían no lo habían desarrollado, por lo que se sentía orgullosa de ello: Mostrar siempre sus sentimientos y encarar la vida con una gran sonrisa.
No concebía la idea de como estas personas podían pasar al lado de un parque y no quedarse deslumbrado por la belleza de los arboles o de las flores, o simplemente del hermoso cielo claro. En cambio ella. Ella podía pasarse horas enteras deslumbrándose con la belleza de una flor, jugar con la alegría de un niño y sentir las emociones como si por primera vez las sintiese.
Su mirada, tan tierna, podía traspasar hasta el más duro de los corazones. Se podía ver esa felicidad en su rostro, en sus gestos. Se sentía tan feliz que quería compartirlo con todo el mundo.
Por eso cada vez que salía con su madre, siempre salía con ella, otorgaba un dulce saludo, con una enorme sonrisa a todas las personas que veía.
- ¡Hola!, ¿Cómo estas? ¡Soy Andrea! Ten un hermoso día.
Vio su reloj. Eran las 14:00 p.m., su madre había tardado demasiado para venir a recogerla al colegio.
De pronto oyó el sonido del auto
- Discúlpame amor. Tuve un incidente en el camino. ¿Cómo estas? ¿Qué tal tus clases de música?
- ¡Excelente! Como siempre la mejor de la clase. Y soltó una carcajada.
- Muy bien. Estoy orgullosa de ti. Ve, sube al auto, debes estar cansada. Te ayudo con tu bolso
Andrea corrió hacía el coche, siempre desbordando esa dulce energía que la caracterizaba.
Ahí, en la comodidad del asiento trasero de la camioneta de su madre. Su mente la llevo 10 años atrás, cuando su madre la llevo al pediatra. La veía preocupada en ese entonces y no sabía porque.
Recordaba claramente la escena. El médico, con un montón de hojas y apuntes, al lado de su madre; quien la veía con una dulce sonrisa. No pudo escuchar todo lo que hablaban y si lo hubiese conseguido, quizás no entendería lo que estuviesen diciendo.
En la esquina del consultorio, el Dr. Del Valle junto a la madre de Andrea, a quien trataba de explicarle el resultado de los análisis. Casi susurrando dijo:
- Señora, tengo algo que comunicarle. Andrea tiene una alteración genética. Es lo que los médicos llamamos Trisomía del Par 21, o comúnmente conocido como el Síndrome de Down.
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