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ANÉCDOTA DEL COLEGIO

En este ano, que el colegio Nacionalizado Francisco José de Caldas, cumple sus bodas de oro, recuerdo con gran aprecio el día que por primera vez pise sus instalaciones como estudiante, y no fue precisamente como estudiante de la secundaria, si no como estudiante de quinto de primaria. Y fue porque en ese año 1975 había un salón vacante, no había estudiantes de bachillerato que lo usaran, los estudiantes de secundaria, no eran lo suficientes como para ocupar todos los salones y en las escuelas había déficit de aulas donde meter a los niños a clases. Entonces el rector del colegio y el coordinador de las escuelas convinieron que el curso de quinto de primaria utilizara un salón en el segundo piso del colegio que estaba vacío, y así fue. Comenzamos clases allí, uno de los profesores era Tarsicio Mora y nosotros todos contentos porque ya estábamos en el colegio, andábamos por las nubes, porque ya nos codeábamos con los del colegio y mirábamos mal a los de las escuelas. Pero esto nos duró poco, porque en abril, por algún problema, pidieron el salón y nos quedamos sin donde recibir clases. Pero bueno, el sacerdote conmovido con los muchachos, le ofreció al coordinador de las escuelas que le prestaba el salón cultural, pero que cada estudiante debía llevar una butaca y una mesa, porque no había pupitres. Al otro día en reunión de padres de familia, se convino lo solicitado y por la tarde ya cada alumno tenía su butaca y su mesa en el salón cultural. Allí recibimos clases con Julia Gómez, Álvaro Abril, Nury Goyeneche y Graciela Gómez; el profesor Tarsicio lo pasaron a dictar clases en bachillerato.
Allí, en lugar de sentirnos mal, fue una gran bendición, porque todo el pueblo nos referenciaba y todos tenían que ver con el curso quinto de primaria. Teníamos el parque y la cancha de la plaza para cuando salíamos a recreo, y esto era una novedad porque la gente también salía a esa hora a miráramos jugar y las tiendas las abrían para vendernos las onces y servíamos también de distracción, porque hacíamos campeonatos de microfútbol, baloncesto o voleibol y hacíamos carreras de atletismo, competíamos con los aros, jugábamos pipos etc.
Como todos aprobamos el quinto de primaria, al siguiente ano todos al colegio, algunos como yo, nos fuimos para otra ciudad y los que entraron al Francisco José de Caldas, ya no los molestaban porque estos ya habían estado ahí y ya no se la dejaban montar, es decir, no se dejaban hacer bulling, ya no eran primíparos.
Yo regrese años después, en una semana santa a cursar el segundo de bachillerato y me reencontré con algunos compañeros de ese quinto de primaria y con otros amigos nuevos. Por supuesto, ya me habían incluido en los equipos de baloncesto, voleibol, micro, y en todas las actividades que se tenían programadas para ese año. Claro, yo decía, pero porque me inscribieron en esos equipos si yo no le había dicho a nadie que llegaba a estudiar al Francisco José de Caldas, pero claro, yo no, pero mi mamá si, ella había cuadrado todo con el rector y con la profesora Dora Montoya Goyeneche, quien era la coordinadora de ese grupo, muy querida por cierto.
En ese año, se les ocurrió cambiar el uniforme de gala y establecieron que el uniforme para los niños era buso blanco de cuello redondo con camisa blanca de cuello, pantalón beis, zapatos negros y medias oscuras.
Los estudiantes del colegio, en esa época se aproximaban a los ciento ochenta. Como había un desfile a finales de mayo, por las calles principales de Socotá, con banda de guerra y personalidades del municipio invitadas, se tenía que desfilar con el uniforme nuevo. Por supuesto, todos empezaron a mandar a hacer los pantalones donde los sastres y modistas, que no pasaban de cuatro o seis, entre ellos Bertha Gómez, Iris Fernández, Rafael Nino, Rosendo Sua y otros muy contados en las veredas y lo que era de lana, como los busos, los hacía Luz Mary Nino y Ubaldina Bello, quienes tenían unas máquinas especiales para hacer estos tejidos. Yo como tenía la posibilidad de ir a Duitama o a Tunja, me descuide pensando, que cuando viajara compraba el uniforme por allá.
Pues se me paso el tiempo y se acercó el día del desfile y había que desfilar con el uniforme nuevo o sino era un problema gravísimo, todos los estudiantes, padres de familia, profesores y el rector estaban compenetrados con estrenar uniforme y el que no desfilará tenía su problema.
El jueves anterior, porque el desfile era el domingo, se me ocurrió ir a donde dona Bertha, para que me hiciera el pantalón, quien era nuestra modista; cuando le dije, se cogió la cabeza a dos manos y me dijo, pero como se le ocurre venir hasta ahora, yo no tengo tiempo, me toca trasnochar todos estos días y entregar pantalones el domingo antes del desfile, yo no puedo hacerle el suyo, tengo muchos por hacer. Aburrido me fui para donde dona Iris, quien le hacia los vestidos a mi mamá, y ella, igualmente me repitió lo que dona Bertha me había dicho. Pase por donde Rosendo y me repitió el sermón. La única salvación era ir a donde don Rafael, que tenía la sastrería a la mitad de la cuadra, en el almacén, pero me salió con la misma historia. Afortunadamente sus sobrinos, quien eran mis amigos, estaban en el almacén y lo convencieron de que como ya se iba a trasnochar tanto, que me hiciera el pantalón y el domingo dormía todo el día, y así fue acepto, y me mando que fuera por la prenda el domingo por ahí a las ocho y media de la mañana, antecitos del desfile que era a las nueve.
Ese día madrugue por el pantalón y aliste todo para el desfile y me vestí corriendo, que no hubo tiempo de que mi mamá, ni nadie lo miraran como me había quedado. La emoción de estrenar y la responsabilidad de desfilar, me hicieron correr para no llegar tarde. Cuando estábamos para iniciar el desfile, me di cuenta que algo no estaba bien en el pantalón, no me cuadraba, me sentía incómodo, hasta que alguien dijo, toteado de la risa, “la bragueta se la dejaron de mediolado, a lo del pueblo”, quien le hizo ese pantalón. Y detallándolo, efectivamente, la bragueta del pantalón estaba torcida, estaba de medio lado, terminaba casi en la cadera, en esa época era con botones, la cremallera todavía no se imponía y por su puesto para apuntarse, no se podía, no permanecía apuntada, se desabrochaba con facilidad y la recocha era impresionante, por eso tacaba sostenerlo con una mano y estirar el buso, para que le tapara esa parte. Y así empezamos a descubrir otros pantalones hechos por el mismo sastre, con el distintivo propio, todos con la bragueta torcida.
Y así desfilamos, así estrenamos uniforme, así le cumplimos a las directivas del colegio y así nos quedamos, con los pantalones torcidos, porque no los pudimos cambiar; en mi caso, mi mamá me dijo, eso le pasa por dejar todo para última hora, yo no le voy a comprar más pantalones, eso sí aguántese con ese, y así me toco aguantarme, asistir a todos los desfiles, por todo el tiempo, que estudie en el colegio, que fueron como tres años.

Texto agregado el 15-10-2016, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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