MILAGRO DE NOCHEBUENA
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Había una vez, una hermosa mansión bañada por la luz de la luna que jugaba entre los prados y jardines. Una fuente cantarina dejaba caer sus brillantes gotas de agua que salpicaban con chispazos de plata su ondulante superficie.
En la mansión de Don Luis Anguilez Torralbo, en una pieza, un niño se movía febrilmente en su cama, mientras su padre lo contemplaba, junto a su lecho, preocupado y lleno de angustia. Sentía, en su alma adolorida, la inmensa congoja al ver a su hijo postrado en su cama de níveas sábanas y suaves almohadones. En una esquina de la habitación, ricamente alfombrada, tres médicos discutían, en voz baja, acerca de la enfermedad del niño. Sabían que estaban ante un caso de extrema gravedad cuyo deceso podía ocurrir en cualquier momento pero, también estaban conscientes de la gran vitalidad de los niños en general y no descartaban una posible mejoría o un milagro de último momento.
“Pa...pá, pa...pito... , balbuceó el niño levantando, apenas, sus párpados y remojando sus labios afiebrados.
El padre, como impactado por un rayo, se levantó de su asiento en donde meditaba tristemente y se acercó a su hijo.
“ Pa...pá, ¿ es verdad... que hoy... vendrá el Viejito Pascuero?
El hombre suspiró profundamente y miró con ternura a su muchachito enfermo.
“Sí, hijo. Hoy es Nochebuena y Santa Claus vendrá ”, dijo el padre levantando su vista y perdiéndola en sus recuerdos. Volvió a suspirar con desilusión.
Dicen... que es muy...bueno ”, hablaba cansadamente y había ansiedad en sus ojitos opacados por la fiebre y, a la vez, con un pequeño resplandor de felicidad en ellos.
“Sí, hijo. El es muy bueno ”, contestó mientras se retorcía nerviosamente las manos.
“ ¿El es... tan bueno... como todos...los papás ?, preguntó mientras el padre le remojaba sus labios resecos y afiebrados.
Una lágrima fue cayendo lentamente por las mejillas de Don Luis Anguilez que se había sentido impactado por las palabras de su hijo moribundo.
“Sí, hijo. El es muy bueno ”, dijo bajando la cabeza.
El nunca había querido darle a su hijo la ilusión de una Navidad. Nunca quiso darle la oportunidad de tener un árbol de Pascua que adornara su mansión. Nunca quiso hablarle del Viejo Pascuero. Siempre se había mofado de la gente que cree en el Viejo Pascuero y que el 24 de Diciembre es un día de paz y amor universal.
Para él, era ridículo ver a la gente corriendo apresurada, llevando un regalo de Navidad a su casa mientras, allá, le esperaban con ansiedad para pasar un Nochebuena todos reunidos alrededor de una mesa fraternal y llena de amor y amistad. El creía ver cuán falso era todo eso y no permitía que eso ocurriera en su hogar, especialmente, cuando se encontraba él y su hijo. Don Luis Aguilez Torralbo podía vivir, perfectamente, las navidades cuando él quisiera, en cualquier día del año y podía entregar regalos, también, cuando quisiera, sin necesidad de ningún Santa Claus ni de ningún árbol de Pascua.
Su hijo había cerrado sus ojos y se había quedado dormido. Su padre, cuidadosamente, limpió su frente afiebrada, mientras su propia cara cansada hablaba de noches de insomnios al lado de su querido hijo enfermo.
Afuera, voladores de luces semejaban bailarinas celestiales que estallaban en una lluvia de resplandores multicolores. Era, aquella, una noche de paz, de alegría, de risas y de regalos.
En la pieza, el niño levantó, de nuevo, sus párpados y una leve sonrisa apareció en su rostro.
“ ¿No ... ha ...llegado todavía... el Viejito Pascuero ?”
“Vendrá, hijo, vendrá.
Uno de los médicos le pidió que dejara descansar al niño.
Don Luis Anguilez se dirigió a la ventana desde donde pudo ver humildes casas adornadas con un árbol navideño. Podía ver, a través de aquellas rústicas ventanas, cómo multicolores lucecitas hablaban de una noche de unión y de ilusiones. A lo lejos, se escuchaba un villancico. Más allá, jugaban algunos niños. ¡Cuánto hubiera deseado, ardientemente ahora, que su hijo estuviera entre ellos gritando, corriendo y haciendo estremecer las estrellas con su risa cantarina ! Pero nunca le había permitido jugar con aquellos niños. Siempre hubo una barrera infranqueable entre su dinero y los niños pobres. Nunca había podido soportar esas caras que traslucían el hambre y la miseria.
Una lágrima corrió por sus mejillas al pensar en su hijo postrado, enfermo en su cama. Escuchó un quejido y se volvió. Esa carita angelical, con sus ojitos cerrados, trataba de ocultar su sufrimiento. Nunca se le había ocurrido que su niño quisiera ver al Viejito Pascuero. Nunca se había imaginado que en su almita infantil, existiera una ilusión de Navidad.
De repente, cómo iluminado por una gran idea, se dio un golpe en la frente. “¿Por qué no lo pensé antes? ”, se dijo, “ el niño quiere ver a Santa Claus. Si lo ve, se mejorará. Sí. Claro. Esa era la solución !
Y la ilusión empezó a crecer en su alma como un río que se desbordara de su pecho y de su corazón. Se dirigió donde los médicos y les habló. Ellos asintieron como si una esperanza empezara a renacer también, en sus almas. Salió de la habitación, casi en punta de pies y se fue en busca de la ilusión y el milagro.
Rápidamente, fue al centro de la ciudad a comprar toda clase de juguetes y un disfraz de Pascuero que pagó a gran precio sin importarle su costo. “ ¡Qué importaba lo que le cobraran ¡ Esa era la solución !. Esa era la solución. Su hijo se mejoraría. Estaba seguro. Completamente seguro. Su hijo vería al Viejito Pascuero y se recuperaría”, pensaba.
A su regreso, vio las callejuelas con humildes chozas y con niños de mirada vacía que sabían que no les era permitido soñar con Santa Claus. No podían permitirse esos sueños porque, cada vez que tuvieron una esperanza, éstos cayeron estrepitosamente, en Navidad.
Don Luis miraba a los niños que, al jugar, se colocaban por delante de su automóvil, y casi, no le dejaban avanzar. Por primera vez en su vida, vio a estos pequeños niños andrajosos como seres humanos, vio reflejado, en ellos, a su hijo enfermo y, también, por primera vez, no se sintió molesto al pasar junto a ellos.
Al llegar a su casa, bajó de su coche y apresuró su paso porque deseaba ver la carita de felicidad de su hijo al contemplar al Viejo Pascuero y ver como mejoraría.
Sí, estaba seguro que se mejoraría al ver a Santa Claus. Sería un milagro de Nochebuena. Sí. Su hijo se mejoraría, volvería a jugar y correr. Volvería a ver a su hijo feliz como lo había visto siempre. Volvería a escuchar esa risa que se escondía entre los rincones y que brotaba alegre cuando él pasaba.
Don Luis Anguilez tenía su cara llena de ilusión y de alegría.
Los médicos le vieron cruzar los prados con un gran saco a su espalda y con una mirada que irradiaba felicidad. Le vieron entrar a la mansión y luego escucharon sus pasos. Rápidamente, entró a su dormitorio para disfrazarse.
Cuando el niño abrió sus ojitos cansados vio, ante él, a su querido Viejito Pascuero. Una sonrisa llena de felicidad apareció en su carita y se le vio revivir.
“Sabía... que vendría ”, le dijo. “ Siempre me he portado bien y sabía que no me olvidaría ”. Respiró pesadamente y con su pequeña lengüita mojó sus labios afiebrados y resecos. “ UD... es muy bueno..Todos los niños... le queremos.” Continuó, mirando con sus ojitos cansados al maravilloso Santa Claus que estaba enfrente a él.
Su padre, disfrazado de Papá Noel, se acercó lentamente al lecho de su hijo enfermo. Le miró tiernamente.
“Sí, querido”, dijo fingiendo la voz. “Yo amo a todos los niños también y, más aún, si han sido tan buenos como tú. ”
El niño no contestó, sino que descansó en los suaves almohadones mirando, lleno de felicidad, la figura legendaria que estaba frente a él. Sonrió y en su carita apareció una expresión de paz y tranquilidad. Expiró. Quedó con la candidez de un pequeño ángel que se eleva hasta alcanzar la inmensidad del cielo.
Don Luis quedó inmóvil, petrificado, mientras las lágrimas corrían sin control por sus mejillas mojando la blanca barba que caía como copos de nieve sobre su roja vestimenta. Sus sollozos se convirtieron en un llanto desgarrador y los médicos se acercaron, rápidamente, al lecho del niño y empezaron a auscultarlo detenidamente, buscando un pedacito de vida para evitar que se escapara de ese cuerpecito angelical.
Don Luis Anguilez había puesto el saco con juguetes a su lado y, arrodillándose, abrazó a su hijo y lloró desconsoladamente, con la amargura y la frustración ante el inexorable destino.
Los médicos certificaron la muerte del niño y, lentamente, se retiraron de la habitación para no interrumpir el dolor inmenso que sufre, aquel que ha perdido a su hijo.
El hombre lloraba la pérdida de su niño en una Navidad cuando en todas partes se celebraba un humilde nacimiento. Con la congoja en la garganta y el dolor quemando su pecho, miró a la lejanía y, nuevamente, vio palpitando las luces de Navidad en las humildes chozas.
Se levantó y tomando el saco de juguetes, empezó a mirarlos con su ilusión totalmente destrozada. Primero, sintió rabia, ira que le carcomía el pecho. Luego, lentamente, volvió a mirarlos. Tenía su alma partida, destrozada, pero dentro de él había surgido una pequeña llamita de ternura. Algo había sucedido muy dentro de él. El lo sintió.
Lleno de dolor y angustia, con su disfraz de pascuero, salió de la pieza y se fue a las calles con pasos que le dolían inmensamente.
Los médicos le vieron salir y volvieron a la pieza en donde descansaba en paz ese hermoso niño que se había ido al cielo esa noche.
En ese momento las campanas alborozadas, anunciaban el Nacimiento. El nacimiento del niño más humilde que había hecho que los hombres fueran, aunque por un momento, por un día, o para siempre, buenos y hermanos entre sí.
Los cohetes y los petardos estallaron en armoniosa algarabía.
Los niños reían y gritaban en la aldea donde Santa Claus nunca los había visitado. Era la alegría de estar en la calle en la noche, celebrando las multicolores luces que se escapaban en el cielo en maravillosa fantasía.
De repente, cómo impactados por una imagen irreal, vieron ingresar a la población al Viejito Pascuero. Su sorpresa fue grande y la incredulidad se mostraba en sus rostros macilentos. Ahí estaba el Viejito Pascuero, venía con una sonrisa en sus labios ( ¡ No se dieron cuenta cuán triste era ! )
Por fin Santa Claus había ido a verlos a todos y lo saludaron con una “feliz Navidad”. Los ojos asombrados de niños andrajosos y pobres veían venir a ese maravilloso bulto de fantasía. ¿Era sueño o realidad ? . Lo vieron avanzar como cansado por el peso de los juguetes. Se detuvo en medio de ellos y, mirándolos, empezó a entregar los juguetes que había comprado. Uno a uno. Todos recibían algo de las maravillosas manos del Viejito Pascuero.
“¡Oye!, dijo uno de los niños. “ El Viejito Pascuero está llorando”
Y todos se volvieron hacia él, olvidando el sueño que tenían en sus manos.
“Sí, mis niños, lloro de felicidad al ver que ustedes son tan felices “
“Y tú, Viejito,¿ no tienes un hijo ? La pregunta le estremeció. El hombre cerró sus ojos y las lágrimas bajaron ardiendo por su cara.
“Sí, hijito. Muchos, muchos niños iguales a ustedes que yo visitaré todas las Navidades para llevarles felicidad, porque un niño que se ha ido al cielo esta noche, me ha enviado hacia ustedes.”
“¡Viva, viva el Viejito Pascuero! ”, gritaban y saltaban los niños a su lado.
El Viejo Pascuero, después de entregar todos los regalos, se volvió lentamente a su hogar en donde su pequeño descansaba en paz. Los niños, a su alrededor, gritaban y cantaban. Los hombres y las mujeres de la población atónitos al comienzo y después, llenos de comprensión, vieron a Santa Claus despedirse de los niños mientras se alejaba de la población. Ellos, también, agitaban sus manos en una despedida, aún sin entender lo que había ocurrido.
“¡ Feliz Navidad, Viejito Pascuero! ”
“ ¡ Dios lo bendiga, querido Santa Claus! ”
“ ¡ Que la felicidad reine en su hogar en esta noche de paz y amor! ”
Y, así, en esta forma, la risa, la alegría, la felicidad llegó a esa humilde aldea que se estremeció con el Milagro de Nochebuena...
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