Dentro de unos minutos llegará el señor Ramírez. Es un paciente psicótico que se encuentra hospitalizado en este centro de salud mental. Hace seis meses, durante un rapto de celos, Ramírez asesinó a Liliana Suárez, su concubina. Desde entonces recibe medicación. Fernández, el psiquiatra que lo atiende, asegura que los fármacos han logrado estabilizarlo.
Yo soy su analista. Periódicamente envío informes al doctor Fernández acerca de este paciente.
Durante las sesiones ha manifestado un marcado gusto por las actividades manuales. Asiste a un taller de carpintería. He podido constatar grandes avances en esta actividad.
También me reveló algunos episodios de su infancia. Es evidente que las dificultades en la relación con sus padres durante esa etapa han arrojado alguna luz sobre la problemática actual.
No descarto que su personalidad ansiosa contribuye de algún modo a provocar en él ciertas alteraciones de conducta. Por ejemplo: le resulta muy difícil esperar el turno para ser atendido. Por lo general golpea con los nudillos la puerta una y otra vez.
Considero que la terapia y la medicación son efectivas, pero debo confesar que este paciente me pone algo nerviosa. No logro acostumbrarme a su mirada inquietante y esa sonrisa enigmática que no consigo descifrar. Y hay algo que me preocupa aún más: desde hace unos días ha comenzado a llamarme Liliana.
Texto agregado el 13-10-2016, y leído por 249
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