ELLA Y ÉL
Ella y él, —para qué darles un nombre— eso es solo designación convencional, que al agregarle apellido o adjetivo adquiere legalidad, cierto, pero individualiza al individuo/personaje que lo detenta. Mucho mejor los pronombres, eso creo, así a secas, universales, para qué más. Ella y él en el ámbito de la literatura sin ningún contexto, pueden ser cualquiera. Él y ella, así desnudos, despojados por completo de los harapos o galas que otorgan los adjetivos.
Ella y él frente al estanque de aguas quietas, bruñidas por la claridad de la mañana primaveral. Mirándose sin verse a los ojos, desnudándose sin desvestirse, acariciándose sin tocarse siquiera, fornicando bajo las sabanas de la imaginación. Él y ella en contemplación reflectada, pueden ser cualquiera —ya lo dije antes—, la reina y el mendigo o es Narciso, quien por unos segundos ha dejado de adorarse para contemplar la imagen quimérica de Eco, mientras desde la espesura Némesis clama venganza para confirmar el final del mito. Pueden ser también Humbert Humbert y Lolita, quienes han llegado hasta el lago para consumar su extraño amor de una forma piadosa, lejos de la obsesiva mirada de Nabokov.
Son un hombre y una mujer, ella y él, zutano y mengana, Julio Cesar y Cleopatra, Romeo y Julieta, Remedios y Mauricio Babilonia, pueden ser cualquiera y quienes fueren, Ella y él, simbolizan el destino de los géneros, que consiste en buscarse hasta encontrarse, antes de que llegue el viento frío del invierno a distorsionar la imagen reflejada en el agua y termine con ello la posibilidad de que la ilusión se realice.
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