La honestidad debe ser procurada, sobretodo para uno.
Hemos de ser verídicos con nosotros mismos, aceptarnos, entendernos y cuando esto ocurre tendemos a ser más plenos y no necesariamente honestos con los demás.
Nuestras vergüenzas las escondemos, tenemos todo el derecho a ser herméticos, guardar para nosotros mismos las realidades. Una de las tareas más difíciles es ser empatico con las emociones que nos guardamos. Si bien mucho ayuda externalizar nuestros demonios, guardarlos nos permite digerir la realidad.
Tenga cuidado, que la fruta acajonada tiende a pudrirse.
Hay que mover la fruta, mezclarla con otras, siempre tendremos nuevas penas y risas primas. Aprovecharlo como un retrolavado, que se agiten las emociones para que se vuelvan a reposicionar y entonces podemos dejarlas en un nuevo orden de prioridades.
No significa olvidar, sino encausar para poder seguir viviendo.
Ocultar no es lo mismo que mentir y atravez de esto podrían entender que soy un mentiroso. Puede ser.
Pero mas que mentiroso, me considero un honesto silencioso, mi vida me la guardo, nadie ha de saber si vivo o muero, si lloro, si lloro o si lloro.
Si quiere saber, pregunte. Si no quiero responder, respete.
Hoy soy honesto conmigo, con nadie más.
Soy el ermitaño del corazón, me alejo de la vida para acercarme a mi.
Encontré mi verdad entre libros que mencionan Tigres, entre almendros, Hortensias, tomates, motores, libros de álgebra,...
Hoy ya no levanto la mirada por temor a que mi verdad se escape con el viento.
Aprendí a guardarla, la tengo retenida.
Alguien se acercará lo suficiente como para conocerla.
Como con mis amigos, soy muy selectivo, no cualquiera podra ver mi verdad.
Quizá nadie lo haga.
No me molesta pensar en que nadie conozca mi historia.
Van a pasar décadas antes de que los otoños descubran mis ramas secas.
Hoy riego, los brotes crecen. Si nadie está allí para verlos, como el árbol que cae silencioso en la selva, yo seré el único testigo de mis frutos.
No pido más.