Puedo asegurar que ella no se lleva bien con su hija; frecuentemente pueden verse escenas idílicas de sonrisas y miradas cómplices entre ambas, pero no es raro que se enfrenten.
Entiendo que mientras haya vida y grupo, habrá lucha de predominio y no tendría por qué ocurrir una excepción en mi casa. Pero ya es preocupante; basta un detalle insignificante para que crucen feroces miradas, de no mediar una retirada o mediación oportuna, las miradas se tornan mucho más físicas y los extremos se desatan. Demás está decir que en una casa decente siempre sobran escándalos, pero ni siquiera algo tan arraigado en mi hogar, parece detener a madre e hija cuando se suelta su lado agresivo doméstico y femenino.
Ambas saben dónde hacerse daño: la menor alardeando de su juventud exultante, la mayor de su poder material y status alcanzado, pueden tocarse mutuamente sus puntos más débiles, precisamente aquellos que menos deben ser expuestos por su delicadeza, son los que ellas se agreden mutuamente. Y se arrepienten, al cabo.
Horas o pocos días después en el peor de los casos que recuerde- las veo lamiéndose sus heridas mutuamente causadas; sospecho que hace tiempo, incluso olvidaron disculparse por sus golpes previos. No puedo con certeza, por eso, decir que son felices.
Y es que tener alguien con quien contar con seguridad, alguien que te transmite gustosa su afecto y calor en las madrugadas o tardes frías, ese ser tan especial que sabe lo que piensas y sientes, a quien te encanta darle la mejor parte de tus bocados favoritos, ese ser único con quién entenderse telepáticamente, es un ideal, como el paraíso, innegablemente. Pero, si cada semana o dos veces por mes, una relación se complementa en cuanto a agresividad y sed de daño, cuesta creer que hay futuro para dicha relación: como tanto amor se demuestran, mas rudamente se atacan, cuando se obnubilan.
A veces pensé en ofrecer en adopción a la hija, pero veo las expresiones de la madre y me abstengo, pues las quiero mucho a las dos y confió que algún día mis perras dejarán de actuar como tantas madres e hijas humanas, que andan y vuelan por ahí.
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