Frígido lago de montaña, majestuoso, ancestral, vetusto, de aguas tranquilas y prístinas; en él se unen el cielo con la tierra.

Diáfano espejo que no oculta sus entrañas, arrellanado en pétreos relieves, colmado por suaves rocíos y terribles cataclismos; sempiterno.

Y llegas tú, niña insolente, a arrojarle piedrecillas y romper su tensión superficial creando distorsión, ondas y destellos de color.

Te ausentarás, la calma volverá pero ya nada será igual; allí en el fondo, en lo profundo, estarán para siempre tus pequeñas piedrecillas.