Me he levantado muy temprano, aún tengo sueño y me recuesto boca arriba sobre la cama de mi hija Bere, para dormir un poco. Antes de cerrar los ojos, alcanzo a ver con claridad una gran cantidad de estrellas, la luna, el planeta Marte, el Sol y el asteroide B612, hogar de El Principito y su rosa. Es un móvil que mi hija ha colgado del techo de su habitación y que con el aire que entra por la ventana semi abierta, se mueve suavemente haciendo girar cada uno de los astros.
Me quedo estático, sin pestañear, observando su movimiento pausado, casi etéreo. Pienso cuanto amor y magia existe en este móvil hecho con hojas de papel blanco y dibujos sencillos iluminados con pinturas escolares. Mi hija no es una artista, es más, sus dibujos parecen realizados por alguna niña de pocos años. Parece que no le ha sido dado el don del dibujo, aunque no podría asegurarlo. Ahí está El Principito dibujado sobre el asteroide B612 cuidando a su rosa y pendiente de tres árboles mal pintados que quizá pretenden ser baobabs.
Un sentimiento profundo y extraño me embarga, recorre mi estómago y comienza a subir lentamente hasta formar un nudo atenazante en mi garganta. No logro definir con certeza lo que es, pero mi cerebro, sí alcanza a discernir el cariño, el amor cálido y tierno que tengo por mi hija más pequeña.
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