PULSAR


Desde el fondo del vaso me atrevo a escribir esta melodía que, sin lugar a duda, ha atravesado la abismal estructura de este atardecer. Sólo veo una ventana que filtra una leve bruma blanca. La humedad, que desde afuera se condensa, llena el espacio y cubre mi cuerpo. El espejo que apunta al cuarto referente se pierde entre el saturador sonido del metrónomo. Hace un rato dejé de existir. Dejé de estar aquí. Abandoné el mundo de la apariencia y desaparecí. No hay nada que ver, no estoy aquí.

Me convertí en la ilusión del aire; el objeto de una cadencia cromática que asemeja el angustioso barritar de miles de trompetas. No veo y no siento… y no estoy. Sin embargo, oscurece. Ahora soy sólo una posibilidad del lenguaje. Mas aún, no es este el motivo de mi preocupación. Siempre he sido mero potencial dentro de un universo discursivo.

El puente existe. Lo sé por la emoción que pulsa en mis despojos. El flujo de la corriente me arrastra bajo el vientre que ha gestado esta maldita historia (un aberrante engendro alimentado del eterno desequilibrio). Eso soy yo.

Y cuántas lágrimas verterán el día en que despierten y sepan que no estoy. Ese mismo día en que la verdad de mi ficción los ilumine. Querrán salir de sus prisiones y de la misma carne que los cubre.

Las notas que arrullaban las pasiones son estruendosas explosiones. Y aquí siguen. Y aquí sigo, aunque no haya estado. La ventana se ha cerrado y el polvo ha decolorado cuanto me rodea. El olor de siglos bajo llamas aumenta la disonancia.

El indicio de que pude haber sido me conmueve. ¡Tanto habría sido! Desde la expansión original del universo hasta este instante (donde los segundos quisieran retractarse). Una nube, una estrella que palpita, materia negra en el espacio. Y soy. Soy el manar constante del cosmos, tan pequeño e irrelevante que no podría llegar a ser. ¡Y soy! La prueba latente soy, de que existe lo que es infinitamente pequeño…



©2005 David Escandón V.