No soy bueno hablando con gente ni mucho menos relacionándome con ellos. Suelo ser un poco torpe cuando intento decir lo que siento. Mayormente, arruino los momentos “lindos” con alguna broma estúpida.

No sé cuándo hablar o cuándo alguien se enoja. No comprendo las acciones del resto ni al mundo en realidad. Por esta razón, escribo mi opinión tan transparente y sencilla como un vaso de agua.

Camino por las calles y veo caras tristes rodeadas de dragones metálicos tan grandes como la misma acera. El amor no entra por esas enormes puertas y se nota en el mirar de estos seres humanos. Yo no sé qué es lo que sucede.
Unos metros más allá, echados en el suelo se encuentra una pareja. Puedo ver el amor en sus caricias y el cariño en sus dedos entrelazados. Sin embargo, se puede sentir también la tristeza en cada gota de lluvia que cae a sus al rededores. No comprendo estas situaciones.

No entiendo qué sucede. Mi mente no comprende, por esto, lo escribo. Tal vez así entienda un poco más este mundo de locos.

En un mundo lleno de locos, un torpe escritor que no entiende su locura, tal vez esté más cuerdo que el resto. Sin embargo, aquí la cordura se dice curar en manicomios y la locura se premia con papeles verdes con más valor que el amor.