Hace años que Manuel no estaba por estas tierras. La tormenta de imágenes que le venía a la mente era implacable, cualquier cosa que veía por la ventana del vagón del tren era causa de un recuerdo vital, un olivo a la distancia era el recuerdo de una tarde de evasión adolescente, una casa abandonada en una huerta era la remembranza de una prueba iniciática de niño, una carretera en el horizonte era el latente recuerdo de la decisión y partida a otras tierras.
Al llegar a casa de sus padres la emoción se transformaba en agua, en liquidez, ya sea en forma de lágrimas o de alcohol. Tres días estuvieron festejando, primero con la familia, luego con los amigos. Por fin se pudo dar el gusto de tomar un vino a la temperatura adecuada, por supuesto acompañado del mejor jamón curado de la zona, los quesos que solo se pueden degustar en este país. En fin,
comidas y emociones.
-¿Y Cuantos esclavos tienes?- esa fue la primera patada en los huevos de mi padre. Supongo que para una mente tan poco cultivada eso era un comentario gracioso, pero para mi no lo era. Pero que le dices que no vaya a resultar agresivo.
-Unos ocho o nueve, pocos, ya sabes, rinden mucho- tal vez un comentario así de idiota estuviera a la altura. Al menos sirvió para salir del paso y volver a hablar de lo mal que están las cosas aquí.
-¿Cuándo me vas a hacer abuela?- atacó mi madre.
-Mamá, primero que nada, Yo no soy el que te va hacer ser abuela, seguramente sea Cesárea (mi
esposa) la que lo haga- digo, aplicando una lógica sensata y evasiva para no tratar el tema, mi madre no comprendería que me hubiese casado con una mujer que no podrá parir nunca. Por supuesto la explicación del amor nunca será suficiente para alguien como mi madre, que se casóporque era lo que tenía que hacer cuando lo hizo, sin más.
-¿Y cómo van a salir los hijos?- dijo mi madre con una tierna ignorancia que después de un breve instante acabó por enervarme. Una cosa es la curiosidad y la gracia y por otra parte está la necedady la vaguería mental. Amo a mi madre.
-Espero que normales, con piernas, brazos y todo lo demás- respondí conteniéndome una vez más,
primero con mi padre y ahora con mi madre. ¿Tiene sentido invertir pensamiento y ejercicio mental
en ellos?.
-Mamá, lamento interrumpir esta apasionante conversación, pero he quedado con Sara y unos
colegas, así que dame un beso y sigue soñando con pasear nietos de casa en casa de tus amigas, nos vemos más tarde- vi el brillo en los ojos de mi madre, lo hice muy a propósito, Sara había sido novia mía antes de que conociese el mundo y con el a Cesárea, mi madre siempre albergó la posibilidad que volviésemos a estar juntos y por supuesto a vivir para siempre en el pueblo y haciendo hijos cada dos años.
-¿Entonces qué tal las negras?- preguntó Sara, con un deje bastante desagradable, pero que una vez más dejé pasar.
-Bien, trabajan mucho, son alegres, cantan bien, son muy responsables y se quejan muy poco, las hay ingenieras y campesinas, en fin, un mundo- simplifiqué.
Volví a Cabo Verde con mi esposa y mi trabajo, con la sensación de haber ido a un quinto mundo, en el que la ignorancia es tal, que creen aún que existen los esclavos de las películas, que los hijos los hacen los “hombres”, que el mundo es plano y todo lo que hay más allá del horizonte es el final de la vida, que las mujeres negras son el paradigma de la sexualidad y que eso es lo único a lo que
un niño de pueblo como lo he sido yo, puede aspirar. Una pena, habrá que pensar en como desde mi nuevo país y continente aprobamos una partida presupuestaria para proyectos de cooperación internacional en los que les ayudemos a hacer funcionar la mente que tan atrofiada ha dejado la moderna civilización. Después de todo yo me he criado aquí y gracias a ellos he crecido. Algo se merecen. |