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Ahora me gusta caminar despacio, sin prisas; observar lo que sucede a mi alrededor: la gente que pasa apresurada sin mirar nada más, las calles que recorro todos los días, los negocios que se encuentran en ellas, los anuncios de los espectaculares, las mujeres bonitas que transitan por aquí y por allá, mis propios pensamientos y lo que me hace sentir cada una de las cosas que veo. Todo lo que me rodea es susceptible para mi interés. Supongo que la edad tiene mucho que ver con esto, ya no soy tan joven y la experiencia acumulada a través de los años, va cambiando la perspectiva que tenemos de la vida, del entorno que habitamos.
Cuando era niño me gustaba hacer los mandados, rápido. Si mi madre me enviaba a realizar alguna compra en la tienda cercana, ir por las tortillas o a cualquier otro lugar, trataba de hacerlo lo más pronto posible, para que ella me dijera al regresar: “¿A poco ya fuiste?... No te tardaste nada”. Entonces yo, podía esponjarme como pavorreal y sentirme bien de que reconociera mi esfuerzo.
Me gustaba más ir por las tortillas para la comida, que a cualquier otro sitio. Comprar en las tiendas de don Mario, don Gonzalo y don Marcelo, tenía también sus atractivos, porque podía pedirle a mi mamá que me diera para comprar un dulce, un poco de cajeta suelta (la cual despachaban en un pedazo de papel de estraza) o cualquier otra golosina que estuviera al alcance del presupuesto materno; pero ir por las tortillas y formarme en la “cola” era la gloria, un deleite que aún hoy, no cambiaría por nada. ¿Por qué?... No era nada grato aguantar el sol abrasador de las tres de la tarde, ni permanecer formado en la larga fila durante veinte o treinta minutos esperando ser atendido; pero es que ahí estaba Matilde, la muchacha que despachaba las tortillas: bonita, con sus veinte o veintidós años a cuestas, con las mejillas arreboladas y el sudor perlándole la frente por el calor generado por la máquina del establecimiento, con su piel morena clara tersa y la boca color de granada deseable y tentadora.
Con la edad fui disminuyendo ese ímpetu y rapidez; pero aún para asistir a la escuela o años más tarde al trabajo, lo hacía con bastante energía y cierta premura, tratando de llegar con prontitud a mi destino. Mi andar es ahora lento, pausado, tratando de disfrutar todo lo que se encuentra a mi alrededor. Cuando observo las acciones y las actitudes de las personas, es asombroso lo que puedo percibir, descubrir o deducir si lo hago con la debida atención. Por ejemplo, cómo se comporta el conductor de un automóvil, atorado en el periférico a las siete a.m., lleno hasta el tope y a vuelta de rueda; el muchacho que hace malabares plantado a media calle, frente a los autos que esperan el “siga” de un semáforo que parece no cambiar nunca y todo esto para obtener una moneda que le sirva para alimentarse; las muchachas que van en los vagones del metro maquillándose con prisa o no, para verse más bonitas y llegar al trabajo o a la escuela, impecables; mirar la necesidad que tiene de vender, el niño o niña que te ofrece chicles, dulces o mazapanes en plena calle, para también ganarse alguna moneda que seguramente no poseen; los miles de vendedores ambulantes que te ofrecen las más variadas mercancías a todas horas y por todos lados ; el perro perteneciente al vecino, que ladra frenético día y noche porque tiene hambre y no le dan ni una tortilla fría para comer; admirar a la muchacha joven y guapa que pasa a tu lado sin mirarte siquiera, porque eres feo o ya no eres joven o no le importa que la miren o no. Con tantas cosas por observar y descubrir a nuestro alrededor, caminar lento nos da la posibilidad de acceder a ellas, y fungir como testigos fehacientes de lo que está sucediendo.
No soy nada complejo, así que de repente las ideas se me enredan y no logro darle el curso adecuado a mis pensamientos, para ordenarlos y exponerlos como yo quisiera; así que los voy dejando ir un tanto al alimón. No es un gran logro, pero me permite decir algunas cosas que considero importantes a pesar de la revoltura. Ignoro si mi orden mental o mi limitada redacción mejorarán algún día.
Como “en boca cerrada no entra mosca”, según reza el refrán popular, es el momento de terminar esta nota, “calladito, me veo más bonito”.

Texto agregado el 04-10-2016, y leído por 340 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
05-10-2016 La cotidianidad se alza en los primeros lugares cuando la edad comienza a mostrarnos que lo que pensabamos que era primordial deja de serlo, para darl ese realce de lo trivial es lo que de verdad devimos disfrutar desde el principio, me gusta la forma en que redactas, directo y reflexivo, bien. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
05-10-2016 Los años nos incitan a darnos permiso para degustar la vida a un ritmo más pausado, felicito tu pluma y tu reflexión. Un abrazo dulce. gsap
05-10-2016 Los mandados, aun hoy me tocan, muy bueno ***** lagunita
05-10-2016 Reflexivo. ******** elvengador
04-10-2016 Refleja MujerDiosa
04-10-2016 Jajaaaa...me gustó porque refreja la realidad de los seres humanos. Con el tiempo nos damos más "tiempo" para observar y darnos cuenta, para degustar mejor el sabor de la vida. MujerDiosa
 
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