Los días corrian como las nueves sopladas por el viento inpertinente de ese otoño, la mujer secó sus ojos cansados y tristes,
y mirando al cielo, se dijo que todo era inutil en su vida, sus hijos casados y con sus vidas, su marido la esperaba ya hacia mucho tiempo en el otro lado de las nubes, cada día la atraía más el ruido de las aguas revueltas del puente donde venía a pasear desde que el murió....
A sus cincuenta y tres años le era imposible encontrar trabajo,
¿Para que servía? adoraba a sus dos nietos, a sus hijos.
¿Pero, porque se sentía como si el mundo fuera transparente y ella pasara como un fantasma donde nadie la veía?
Derepente, alguién la golpeó suavemente en el hombro, y al girarse se topó con un señor vestido de negro palido como el mármol.
¡Me a asustado!
El hombre la miró con una sonrisa que la hizo estremecer, sus ojos negros como un pozo emponzoñado la hicieron correr asustada como nunca a casa de su hijo,
Llamó a la puerta desesperada y nadie la abrió...
Sacó las llaves que siempre llevaba en su bolso y abrió la puerta,
Los ojos de aquel hombre brillaban en su cabeza como alfileres en su corazón y entonces supo... lo entendió todo, el olor a gas era insoportable en la casa, corrió desesperada a abrir todas las ventanas,
Dos horas más tarde el médico hablaba con ella en el hospital,
Si hubiese llegado usted dos minutos más tarde estarían todos muertos, un escape de gas en la caldera...
Pero ella no le escuchaba ya hacia rato, solo veía al hombre de ojos negros al lado de ella,
que con la voz más dulce que había escuchado nunca, la susurró...
¡Las cosas más horrorosas no están aveces en este mundo, sino lo que tenemos nosotros dentro de nuestro corazón....! ¡sé feliz mi amor!
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