Trecientos Escudos
Un invierno más lluvioso que lo acostumbrado, fue aquel del año mil novecientos sesenta y cinco en nuestro pueblito de San Juan de las Barrancas, el río cortó en dos ocasiones el camino que lleva al fundo El Viejo Ciprés, una noche a finales de julio el viento desgancho un aromo de la plaza de armas quebrando un par de escaños, y el campanario de la iglesia perdió las tejas.
Los ranchos aparragados entre las barrancas, soportaron el temporal crujiendo de truenos y lluvia, el humo horizontal de los fogones huía entre los árboles y un perro invisible ladraba a la noche. Sí; fue cruento ese invierno, contados con los dedos de una mano los días de escampe en que el cielo se dejó ver azul. En nuestro rancho el buen tiempo lo aprovechó mama para cortar leña, tostar algo de trigo, y revisar que la lluvia no hubiese provocado algún estropicio entre las tejas de por sí ya viejas, puso a cubierto los arados, chuzos, picotas, y todo lo que fuese de acero por el temor que algún rayo cayera sobre ellos. Aun se recordaba en el pueblo, que un par de años atrás don Fermín tenía su mejor yegua amarrada a la mancera, un rayo maldecido cayó sobre el arado y fulmino al animal. Triste; si triste suele ser el invierno, con sus días cortos, cielos plomizos y la penumbra de las habitaciones que las velas y chonchones no alcanzan a iluminar.
Cuando la abuela vivía todo era orden en el rancho, siempre nos instaba a que mantuviésemos todo limpio, no sé cuántas veces al día barríamos el patio, que el travieso sauce se empeñaba en cubrir de hojas amarillentas pero nos regalaba su sombra fresca en los veranos calurosos. Mi padre en aquel tiempo era trabajador y preocupado de que en casa no faltara nada, pero sí; tenía sus arranques de furia, cuando la abuela no estaba golpeaba a mama por cualquier motivo, la tenía amenazada de que si la abuela se enteraba, la próxima tunda iba a ser peor, mama siempre ocultó esas palizas.
Mi hermana y yo también temíamos a nuestro padre, jamás nos entregó cariño, solo cuando se emborrachaba le daba por abrasarnos delante de mama, nos acariciaba la espalda y las piernas por debajo del vestido, cuando eso pasaba mama salía al patio y lloraba de impotencia bajo el sauce, mientras nosotras, tratando de evitar que nos tocara también huíamos al patio, a esperar que se durmiera para poder entrar a la casa.
El nuestro se convirtió en uno de los ranchos más pobres de la comarca, mi padre luego de la muerte de su madre dilapido en tragos, juego y mujeres la pequeña herencia que la abuela dejo, cuando se acabó el dinero se tornó un hombre más violento de lo que ya era, a menudo golpeaba mi madre para que quitarle sus pocos ahorros y salir de nuevo a tomar con sus amigotes, tropa de vagos que a mis once años odiaba y temía. El campo ya no se trabajó y los espinos fueron haciéndose parte de él, mi hermana Eduvigis, mi madre y yo logramos hacer una pequeña huerta donde cultivábamos lo necesario para nuestro escaso sustento. a mediados de agosto del año sesenta y cinco en pleno temporal nos quedamos sin nada a que echar mano para cocinar, solo habían gallinas que estaban empollando y mi madre no se atrevió a matar ninguna, por lo de la mala suerte decía ella, el asunto es que un día la vi salir muy de madrugada, con lluvia desatada, camino al Viejo Ciprés, llevaba bajo la manta un bulto cuadrado que se notaba muy pesado, con los años supe que se trataba de la victrola heredada de mi abuela, que estuvo oculta oculta bajo su catre para que papa no la encontrara. Mama volvió ya entrada la tarde preguntando si papa había regresado, cuando le contamos que no estaba hizo unas señas al camino y se allego al rancho una de las carretas de don Evadio Montes, dueño del Viejo Ciprés, el fundo más grande de los alrededores, traía medio saco de trigo, un cordero faenado y un quintal de harina, todo se ocultó lo mejor que se pudo para que mi padre no lo hallara y se llevara parte , o todo eso, para cambiarlo por vino, lo que no sería de extrañar. fue a fines de agosto de ese mismo año cuando mi padre llego a casa con un amigo, venían ambos muy pasados de copas y mi papa decía que él tenía un vino muy bueno guardado , lo que no era cierto e hizo como que lo buscaba luego llamo a la mama para preguntarle y como mi madre no contestaba comenzó a darle de chicotazos con el rebenque, el amigo se quiso meter para defender a la mama, más él comenzó a gritar que eran amantes y más le pegaba , abrí la puerta de la cocina y salimos arrancando las tres, Eduvigis no lloraba solo convulsionaba como sollozando pero ningún sonido salía de su boquita, hacia frio y nosotras escondidas en el corralón único lugar que tenía techo, ahí entre los sacos vacíos nos acomodamos para pasar la noche, nuestra perra Curiche se vino también con nosotras y cuando vio a Eduvigis acostarse entre los sacos ella se acomodó junto a la niña como queriendo darle calor, mientras tanto mama se restregaba las manos y lloraba bajito para que yo no la oyera, el viento y la lluvia arreciaron esa horrible noche, al amanecer vimos por entre las rendijas de las tablas, que papa y su amigo ensillaban sus caballos y salían del rancho con dirección incierta, por sus risas altisonantes nos dimos cuenta que aún estaban borrachos, luego de un rato ya cuando estuvimos seguras que no volverían tan luego, nos fuimos con mama a la cocina e hicimos un gran fuego para calentar a Eduvigis que temblaba de frio, a media tarde papa volvió solo, se dio un par de vueltas por la casa y me llamo
-Etelvina, vas a ir a la casa de mi amigo Emiliano a buscar una platita que me va a prestar para que compremos harina.
Mi mama miro con cara de desconfianza pero no se atrevió a decir nada.
-ya no llueve así es que parte al tiro, yo más tarde te salgo a encontrar si vuelve a llover.
Me calce unas viejas botas de agua y una poncha que había tejido la abuela y salí al camino, el viento llevaba su arreo de nubes blancas hacia los cerros y dejaba claros de sol que pintaban de luz el paisaje, es lindo mi pueblo rodeado de cerros y bosques que en primavera se siembran de flores y frutos, el lugar al que yo iba era un caserón antiguo que era habitado por don Emiliano y su mujer que estaba postrada hacía ya un par de años , mama se ganaba unos pesos lavándoles sus sabanas y manteles que tendía albitos en el patio de nuestra casa. Cuando llegue a la casona don Emiliano me estaba esperando bajo el corredor, me llamo con la mano y puso su dedo en la boca para hacerme callar
-No digas nada, que la Celinda está durmiendo y no quiero que despierte.
Me llevo a un dormitorio, me pasó una tasa media de agua y dijo
;Toma esto para que se te quite el frio.
Bebí el contenido que estaba tibio y un poco amargo.
-mi papa me mando a buscar una plata.
-sí, sí , se las vas a llevar pero ven , acompáñame a buscarla.
Me hizo pasar a una habitación donde lo único que había era una cama y un brasero encendido, de pronto comencé a sentir las piernas como yuyo y me temblaba todo el cuerpo, el parece que se dio cuenta porque me tomo en brazos y de ahí no recuerdo nada, solo que cuando desperté estaba tendida en la cama desnuda y habían ahora dos braceros que entibiaban la habitación, mi ropa estaba ordenada a los pies de la cama y don Emiliano sentado al borde de ésta, me cubrí con la colcha, cuando lo vi que me miraba iba a gritar pero el tapo mi boca con su mano y me dijo.
-si gritas no habrá plata para tu taita, vístete que se hace tarde
Llore de impotencia y vergüenza, me paso la ropa y me vestí cuidando de que no volviera a ver mi cuerpo.
Estaba anocheciendo cuando salí de ese maldecido lugar, llore y corrí para alejarme lo más rápido posible, a mitad de camino divise a mi padre montado en su yegua rosilla, corrí aún más rápido para contarle pero no alcance a decir ni media palabra
-Déjate de andar llorando por leseras y dame la plata
Abrí la mano y le alcance los billetes húmedos, los conto rápido, eran trecientos escudos, que mis cortos once años era mucho dinero.
-Andate pa la casa y no le conti na a tu maire
Dio media vuelta, y se alejó al galope, a poco andar volvió sobre sus pasos, me paso dos billetes de diez escudos, y se fue no sin antes advertirme
-llévale a tu maire y no conti nada, sino ya sabi lo que puee pasar.
Que triste invierno aquel, llegue a casa con frio en el cuerpo y en el alma, mama abraso mi cuerpo que temblaba, pero su ternura no alcanzaba para entibiar mi alma muerta, odie a mi padre con todo mi corazón y eso me entristecía, era todo tan confuso para mis once años.
Papa desapareció por un par de semanas y nosotras normalizamos nuestro diario vivir, incluso con Eduvigis a veces reíamos, mama nos miraba desde la artesa donde lavaba nuestras escasas ropas, un par de veces la vi mirando al cielo y sonreír,
Algunos días antes de que papa regresara, llego don Evadio a nuestra casa, nos saludó a Eduvigis y a mí con un tierno chasconeo.
-¿cómo están, las niñas más lindas de San Juan?
Solo nos sonrojamos sin decir nada, mama nos mandó a la cocina, mientras ella y el caballero comenzaron a conversar en el patio; por la ventana yo veía que mama juntaba sus manos en señal de ruego, y a veces negaba con la cabeza, algo argumentaba él indicando la casa y el campo, también juntaba sus manos rogando al cielo. Luego de una larga conversación, don Evadio abrió las alforjas, entrego un paquete a mama, monto en su saíno, se despidió con la mano y se alejó al galope. Mama apoyo su espalda en el sauce y se quedó largo rato pensando, suspiro muy hondo vino a la cocina y nos dijo.
-todo estará bien, el invierno ya se irá.
Mi padre regreso un día justo a la hora de almuerzo, curiosamente no venía borracho, pero si olía a vino, la yegua la amarro bajo el sauce con un lazo anudado, sin montura ni riendas, seguramente empeñadas en algún boliche del pueblo, mientras almorzábamos él dijo.
-Etelvina vai a ir onde on Emiliano con tu hermana, a buscar una plata que necesito pa recuperar la montura,
Mi madre quiso protestar, pero…..
-Vo no te metai son negocios mio noma
-Papa voy yo sola no más, la Eduvigis esta medio constipada y le puede hacer mal salir al frio.
Papa miro a mi hermana acurrucada en un rincón de la cocina, con el miedo en sus ojitos, miedo que él provocaba.
-ta bien, pero la próxima van las dos.
Yo sabía a lo que iba y mama también, yo le había contado lo que el viejo me había hecho, no quería que mi hermanita pasara por lo mismo, tenía apenas siete años, pero al infeliz de mi padre nada le importaba, solo sus vicios.
Era uno de esos raros días de invierno con sol, algunas nubes muy blancas eran arrastradas por la brisa y se reflejaban en las pozas del camino, mientras caminaba a casa del viejo Emiliano con miedo tanto al viejo como a mi padre, mama me había dado una taza de leche caliente con paico y ruda para que lo que me diera el viejo no me hiciera efecto y me pudiese defender, el anciano estaba de pie en el corredor, cuando me vio llegar hizo gestos con la mano para que me acercara, tomo mi mano, y en silencio entramos a un dormitorio, me paso una tasa con un líquido un poco más amargo que el anterior, lo bebí y antes que me diera cuenta mi cuerpo no respondía, estaba adormilada pero no dormida, no podía hablar ni tampoco mover mis brazos ni piernas, impotente veía como don Emiliano me desnudaba, me tocaba con sus manos frías mi pecho mi estómago y mi pubis, tenía preparado un lavatorio con agua tibia, en el humedeció un paño y lavo todo mi cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos, cuando quiso separar mis piernas con un esfuerzo sobre humano apreté y apreté y no logro abrirlas , me dio vuelta en la cama y lavo mi espalda desde la nuca hasta las corvas, yo trataba de moverme pero era imposible, lavo, olio y beso cada centímetro de mi cuerpo, agotado y sudoroso me vistió y trajo un jarro de agua de hierbas que me lo dio a tomar, poco a poco fui recuperando mis fuerzas y comencé a llorar.
−ya, ya , no llores que nada malo te ha pasado, poco a poco te vas a acostumbra a venir, y cuando seas grande me voy a casar contigo,
Me paso un rollo de billetes y abrió la puerta de la habitación que daba al corredor, salí del caserón y comencé a correr a casa, corrí y corrí sin mirar atrás hasta que el cansancio me hizo vomitar, me senté a la vera del camino y llore hasta que comenzó a caer la noche, lave mi cara en las aguas del estero, que por frías me devolvieron la conciencia y retome el camino a casa. El me esperaba a la entrada del rancho, sin decir nada sin siquiera mirarme a la cara, arrebato el dinero de mis manos entro a la casa, tiro unos pocos billetes sobre la mesa, y montado en pelo sobre su yegua tordilla salió camino del pueblo. Mama sin preguntar nada recogió ese dinero sucio y los guardo en su delantal blanco, sin siquiera cuestionar como habían llegado a su mesa, también eran víctima como yo, del viejo Emiliano y de mi padre.
El inclemente y crudo inverno del año sesenta y cinco se había ido, y la primavera ya anunciaba su llegada con los aromos y ciruelos floridos, mi padre hacia un mes que estaba ausente del hogar, lo que a mama Eduvigis y a mí nos llenaba de alegría, Un día a comienzos de setiembre, llego a las puertas de nuestro rancho un Cabriolet tirado por una caballo negro y percherón del que bajo un caballero alto vestido de huaso, con sombrero negro de ala ancha,
-Alooooo, ¿hay gente en la casa?
Mi mama se sobresaltó tanto que el plato y el cucharon que tenía en las manos se soltaron y fueron a caer al fogón, con una varilla verde logre sacar todo de entre las cenizas, se afirmó de la mesa y comenzó a llorar y a decir
-Papa perdóname, fui una tonta perdóname, fui soberbia perdóname,
Perdóname papito
Yo no entendía a quien le hablaba, estábamos solas en la cocina ella y yo, de nuevo se escucho.
-¿Hay geeeente? ¿Margarita vive aquí?
-Mama a ti te llaman
-Si es a mí, con sus dos manitos retorciendo las puntas del delantal, y caminado muy despacio se fue acercando al desconocido que llamaba.
-vive mi hija Margarita en esta casa.
-si papa aquí vive
El desconocido y mi madre se fundieron en un abrazo por mucho rato, con mi hermanita nos acercamos lentito para no interrumpir, pudimos ver que ambos sollozaban, solo se miraban a los ojos y se pedían perdón
−niñas les presento a mi papito, su abuelito
El señor desconocido se agacho, y con sus inmensos brazos nos rodeó, nunca había sentido tanta seguridad, creo que por primera vez sentí que me entregaban amor
-Mi amigo Evadio me fue a ver y me conto que vuestro campos ya no produce y varias cositas más que vamos a solucionar, deje todo aquí que en su casa no falta nada, y tampoco habrá reproches, suba al carruaje con mis nietas y vámonos de este lugar maldecido.
Hoy recuerdo todo esto porque llueve como aquellos años, y sobre el tejado de tejas rojas tintinean las espuelas de la lluvia, desde la ventana veo como el viento lucha contra los álamos y pierde, hace frio y en la chimenea chispean los troncos de ciprés, hoy la vida es buena me ha recompensado todos y cada uno de aquellos pesares, Tengo un par de hijas profesionales, vivo en el mismo fundo que era de Don José Antonio, mi abuelito; que en los veranos se llena de vida cuando vienen mis nietos, mis niñas y sus esposos.
Días atrás revisando recortes de diarios muy antiguos encontré la siguiente noticia
Ayer 26 de octubre 1965 fueron encontrados en el camino que une San juan de las barrancas con la capital de provincia, dos cuerpos de los que aún no se tiene identidad, ambos estaba amarrados con alambre de fardo a un eucalipto, unidos por los brazos, desnudos y con signos de haber sido azotados con lazos y rebenques, los escasos vecinos dicen que no han oído ningún grito o zalagarda en estas noches, la policía dijo que sin testigos tendrá que cerrar el caso.
Eso que por sabido se calla y por callado se olvida.
Santos Tobar
“2016”
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