Sir Robert y su escudero se acercaban lentamente al bosque, cuando escucharon risas eufóricas... y gemidos de dolor. Apurando el paso, Sir Robert toca la empuñadura de su espada, como asegurándose de que todo esté en orden.
Lo que sus ojos ven al llegar es dantesco: cuatro salvajes, sucios, desaforados, sosteniendo con rudeza a una hermosa doncella semidesnuda, prontos para someterla a, vaya a saber qué tipo de vejámenes.
Presto y veloz, con la adrenalina guiándolo ciegamente, Sir Robert se arroja de su montura y arremete contra los villanos. Consumado y valiente luchador, no tiene problemas en aniquilarlos. Quizás no lo hace muy caballerosamente, sino con cierto sadismo. El que se merecían, ni más ni menos.
Mientras limpiaba su espada observando a la pobre doncella sollozar, oye la voz de su fiel escudero susurrándole al oído: "Gran faena, Sir Robert. Es tiempo de cobrarnos nuestra recompensa...".
Voltea a verlo y ve la lujuria desenfrenada brotando de su cara.
Rojo de ira, replica: "¿Nuestra recompensa!!!???", e indignado atraviesa al infeliz escudero con un certero golpe de su arma.
Moviendo la cabeza de lado a lado, denotando una gran decepción, Sir Robert continúa limpiando la afilada hoja de su mandoble, mientras en forma casi retórica le dice a la doncella: "Nunca se llega a conocer realmente a las personas. Este escudero que acabo de matar estuvo a mi lado desde que era un niño. Lo aprendió todo de mí, fui su ejemplo, su guía, su luz. Y ahora, él pretendía abusar de tí...".
La doncella conmovida, y viendo el rostro de Sir Robert aun rojo de ira, le responde: "Sir Robert, a veces el mundo no es ese lugar ideal y justo que todos quisiéramos".
Sir Robert la mira a los ojos con una tierna sonrisa y mientras afloja las correas de su pesada armadura, sigue hablando: "... y ahora, él pretendía abusar de tí, sabiendo claramente que lo que yo rescato, es mío, y sólo mío...". |