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Inicio / Cuenteros Locales / heraclitus / CUENTAS CLARAS…. (Un cuento optimista)

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“¡Cuentas claras y el chocolate espeso!”, exclamó don Procopio, el contador general del banco en el cual yo trabajo como encargado de las computadoras, sin embargo, su rostro como siempre era inexpresivo. Él procedió a entregarme $20,971 dólares y guardó la misma cantidad en su portafolio, minucioso como era su costumbre, escogió los billetes de baja denominación: de diez, veinte y cincuenta dólares, imposibles de rastrear pues fueron escogidos al azar, sin que tuvieran una numeración progresiva, estos billetes fue los que me entregó y me dio además una moneda de un dólar.
— Ya he transferido $41,942 dólares a la cuenta de Joe, que sumado a tu parte y la mía hace un total de $83,884 dólares, cantidad que había en la cuenta de la Sra. Smith — comentó don Procopio
“¿Cómo era posible?”, pensé yo, “educado dentro de la religión católica en colegios de jesuitas donde me inculcaron valores morales, estuviera siendo cómplice en una estafa, además, con sentimientos de alegría y venganza satisfecha”.
— ¡Menudo escándalo hará la quisquillosa Sra. Smith cuando reciba su estado de cuenta en ceros! —exclamó don Procopio y volvió a su mutismo habitual.

El problema empezó hace once meses en la fiesta que el gerente general del banco organizó, para recibir el año nuevo. Todo el personal de la institución estuvo presente, unos por compromiso con el gerente y la mayoría para desquitar la cuota que nos habían descontado del sueldo.
El gerente nos presentó al Sr. Joel, un joven ejecutivo llegado de la capital, soltero, simpático, con un gran don de gentes y guapísimo según el consenso femenino que había asistido al ágape. Joel de inmediato se convirtió en el centro de la fiesta, todas las damas a la manera de gallinas viejas que rodean a un gallo joven se le acercaron, incluso Jovita la secretaria de don Procopio, con sus treinta y cinco años. Todo el personal del banco daba como un hecho que ella se casaría con el solterón de don Procopio, cuando éste se jubilara en poco tiempo. Don Procopio era fiel a la política del banco, la institución no admitía que dos o más empleados fueran familiares entre sí. Mientras llegaba la jubilación de él, Jovita y su jefe Don Procopio jugaban castamente al viejo juego del cortejo y miradas picaras.
—Por favor no sean solemnes conmigo, llámenme simplemente Joe —fue de los primeros comentarios que le oímos a Joe.
Y como Joe, se le llamó en adelante. Yo estaba contento, pues una de las pocas señoras casadas que no hicieron el ridículo con Joe, fue Anita, mi mujer, ella actuó con mucha propiedad como siempre.

¡Para qué les cuento!, Joe como asesor financiero, con su conocimiento del inglés que hablaba fluidamente fue todo un éxito, sobre todo con las clientas gringas.
Hay que reconocerle que no tenía preferencias, si se trataba de damas, a todas las trataba bien, agarraba parejo, seguía la norma cristiana: de hacer el bien, sin mirar a quien.
Una de sus clientas gringas era la Sra. Smith, cincuentona, aunque decía que andaba cerca de los cuarenta, pintada como cuadro surrealista y como dice la letra del tango argentino "ésta noche me emborracho": vestida de "pebeta", con un comportamiento de debutante quinceañera. Eso sí, para las cuentas era un lince. Un día sí y otro también acudía al banco a departir alegremente con Joe.

Sin motivo aparente don Procopio me invitó a un café en un lugar lujoso, a los que era su costumbre acudir dada su importancia y su puesto en el banco. Yo acepté y les confieso que estaba sorprendido, pues nunca don Procopio se había dignado a tomarme en cuenta ni con un saludo ocasional.
Ya en el café, él, que era de pocas palabras sin más me dijo:
— Tu mujer te engaña con Joe —al ver mi cara de what, añadió— pero no creas que sólo eres tú el engañado, ha tenido la gentileza de ponernos los cuernos a todo el staff masculino, se ha acostado con todas las empleadas bonitas y con las clientas con dinero; ¡pero eso sí!, no gasta nada, son ellas las que pagan todo, ¿Qué te parece?
Al acabar don Procopio su perorata, que en el caso de él, eran muchas palabras, alcancé a decir:
— ¡No lo creo! ¿Y por qué me lo cuenta?
— Por la sencilla razón de que eres experto en computadoras, pero si no crees, que Joe y tu mujer son amantes, compruébalo tú mismo; el domingo en la mañana, en que le das servicio a las computadoras, inventa un pretexto y ve a tu casa. Mas, ¡por favor! Que ellos no se den cuenta, vienes conmigo y te diré que hacer —terminó de decirme don Procopio.

El domingo en la mañana salí con una excusa del banco, tomé un taxi y cuando éste llegó a mi casa, sentí un dolor punzante en la boca del estómago al ver el lujoso automóvil de Joe estacionado a escasos metros de la puerta de mi hogar.
Entré con mucho cuidado, sin hacer ruido y oí en la recámara: la voz de Joe y los suaves quejidos de Anita. No se dieron cuenta de que estuve ahí.

En la tarde, Anita, me recibió como siempre, alegre, comedida y me preparó un whisky, que al paladearlo, no dejé de preguntarme: “¿Cuántos whiskies servidos de tan buena manera se los debo al buen Joe?”

Definitivamente los jesuitas no me prepararon para esto.
Sólo me resta decirles, que manipulamos las computadoras y…
Ya sin Joe, todo seguirá igual, gracias al buen juicio de don Procopio.
¿No les parece que fue la mejor solución?

Texto agregado el 02-10-2016, y leído por 203 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
03-10-2016 ***** grilo
03-10-2016 Excelente narrativa. Se hace hasta corto. Gallina vieja, da para dos nuevas. Ja, ja.. grilo
02-10-2016 Cuento optimista e instructivo. Lo que mas tememos los casados es que nuestra consorte nos corone con un par de cuernos. Unos dan gritos y sombrerazos y termina el asunto en un mal divorcio, otros agarran el camino trágico y le dan al galán dos balazos, claro, ellos obtienen meditación por varios años en el "fresco bote". En cambio el inteligente don Procopio sacó doble provecho: dinero y experiencia de la dama para satisfacerlo a él. Terryloki
02-10-2016 Exactamente, lo fue, amigo. Un abrazo grande. MujerDiosa
02-10-2016 Cuentas claras conservan la amistad, decimos por aquí, pero también: 'comida hecha, amistad deshecha'... y con lo que Joe hubo de prodigarles en materia de transparencia parece más que suficiente. litomembrillo
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