Ayuda humanitaria.
Ni él mismo se dio cuenta cómo llegó ahí. Pendía de una soga anudada a su cuello, la cual le impedía decirle a quien trepado en el mismo banco utilizado por él para hacer la maniobra del suicidio en proceso, que lo dejara en paz y no continuara con la desagradable tarea de introducirle en la boca aquella pastilla.
—Vamos, no es cosa del otro mundo, es un simple dolor de cabeza, con un analgésico se le pasará. Le decía el doctor Vale madre al suicida frustrado, quien balbuceaba pendiendo de la cuerda en agónica suplica, con los ojos desorbitados y la lengua como corbata escurriéndole la baba.
—Ahora dígame, intervino el psicólogo, que pasaba por ahí. ¿Qué lo llevó a tomar esa resolución? ¿El desamor, problemas económicos, alguna neurosis, los celos? ¿Se embriaga con frecuencia, consume algún tipo de droga? ¿Puede decirme qué fue?
— ¡Déjenlo que se arrepienta!, ¡Déjenlo que se arrepienta!, se aproximó grito en cuello un cura barrigón acostumbrado al buen comer, abriéndose paso a codazos entre los mirones, rosario en mano y con visibles manchas de labial en el “alza cuello". Mientras un reportero de “la nota roja”, cámara fotográfica en ristre buscaba la mejor toma, fotografiando desde casi todos los ángulos posibles la escena del intento de suicidio. Solo interrumpía su labor para preguntar al aspirante a suicida sus primeras impresiones al estar colgado de la cuerda en trance de agonía.
En eso estaban cuando llegó la esposa embarazada del sujeto agónico, con una barriga tan voluminosa como la del cura que entre hipos rezaba bajo los pies del tipo colgado. La mujer llegó dando alaridos, moqueando y literalmente se colgó de las piernas del agonizante quien ya mostraba en el rostro un color entre verdoso y violáceo.
— ¡¿Por qué, por qué, por qué?! Gritaba la mujer quien ahora estrujaba a un niño de escasa edad quien se había sumado al patético grupo y lloraba en silencio sin comprender la razón por la cual su padre estaba representado a una piñata. ¿Tal vez porque en su cumpleaños no le había regalado nada?
El vozarrón de un gendarme conmovió a los presentes. Al grito de — ¡Bájese de ahí o me lo llevo a la delegación! asestó como apremio inmediato un par de macanazos al cuerpo colgado que ya se estremecía entre espasmos de muerte.
— ¡Se nos va, se nos va, se nos va! Vociferaba la esposa quien en su desesperación casi ahorcaba a su pequeño hijo, quien pataleaba haciendo esfuerzos desesperados por librarse de aquel abrazo mortal.
— ¡Se nos va, madre! Primero que me pague lo que pidió fiado. Exclamó iracundo irrumpiendo en escena el dueño de la cantina frecuentaba por el ya casi suicida, al momento que blandía varias notas de consumo sin pagar firmadas por el agonizante. Tras del dueño de la cantina llegó una mesera del mismo negocio, modosita, pintarrajeada su carita, quien sin aspavientos se acercó al tipo que pendía de la soga, con los ojos anegados en llanto y murmurando algo muy quedito se aferró a una pierna del moribundo, pues la esposa en un acto de solidaridad que solo ante la muerte puede verse, compartió con aquella las extremidades del aspirante a suicida.
En seguida, sin saberse a ciencia cierto si fueron los rezos del cura barrigón, los macanazos del policía, el miedo del suicida de caer en prisión, la inocencia del pequeño hijo, quien ya se había provisto de un palo por si su papá seguía en la pantomima de creerse piñata. O bien fueron las oraciones de la mesera, Tal vez el enésimo flashazo del reportero o fue el cobro apremiante del dueño de la cantina, quizás el analgésico suministrado por el doctor Vale madre o la terapia in situ del psicólogo, el hecho fue que la soga cedió y el cuerpo agónico que pendía en lo alto se vino abajo dando contra el suelo.
Todos los presentes se aproximaron para ver al hombre caído y cuando le vieron señales de vida de a poco lo fueron dejando solo. El suicida fracasado entre gritos de dolor pedía ayuda. Ni siquiera voltearon para verlo, ya habían perdido demasiado tiempo con un pinche loco que no supo ni siquiera suicidarse.
Ah la tragicomedia de la vida, dijo alguna vez el poeta.
|