¿Porqué no tener sueños prohibidos?
De esos que se castigan con la pena
de desearlos y no poder consumarlos.
Que sean pecados graves e imperdonables,
y tenerlos en la frente, a cara descubierta.
Que sean indecentes pero no decadentes.
De esos sueños malos, casi adolescentes,
sueños de dioses falsos y ardores verdaderos,
de chocolate y bombones de licor.
Que se hagan realidad con una mirada,
que sean breves, precarios, pero intensos.
Tenerlos después de cenar o a medianoche,
que se posen sobre todo el cuerpo
y desplieguen sus deseos de revolotear
por la constelación de nuestro universo.
Que desciendan como plumas, suavemente,
en caravana, unos tras otros, decididos
a dejarnos sin respuestas desde el vamos,
desde el inicio de los tiempos.
Sueños inolvidables, repetibles, de entrega,
que nos recorran con un escalofrío
dejando tibieza en el laberinto de la piel
y un grito ahogado sobre la almohada.
Poblados de instintos e imágenes paganas,
sueños que nos hagan condenables
a un eterno insomnio de esperas.
¿Por qué no tenerlos?
y descubrir nuestra perfección de pecadores. |