Y Llegó el día de la competencia atlética la final de los 800 metros planos. No era la prueba reina del atletismo, pero si era consideraba la más estratégica. El nerviosismo en los 8 participantes que habían obtenido los mejores tiempos estaba latente en el arrancadero, para todos era evidente. La mayoría se conocían entre sí, y sabían que ganaría el que en ese momento se encontrara en su mejor estado anímico. No importaba ahora quien era el poseedor del mejor record, el instante sicológico era el factor determinante en ese preciso momento ante un estadio abarrotado por cientos de espectadores que amaban el atletismo.
El disparo de salida interrumpió aquella algarabía expectante en las tribunas. El astuto polaco de -apellido significativo- Welesa se puso a la cabeza, seguido de Clayton el norteamericano, el argelino Taoufik y el keniano David iban a un paso conservador, un poco más atrás el resto del grupo compacto de corredores en donde se encontraba el venezolano González. A los 200 metros el polaco fue rebasado por Clayton y los dos favoritos africanos habían recortado distancia. Al toque de la campana que anunciaba la última vuelta, algo inesperado sucedió, los chips instalados en el cerebro de los atletas que de forma inalámbrica identificaba el código de barras de la pulsera que llevaban en el antebrazo, proyectaba una imagen tridimensional de las noticias, se activó en el momento menos oportuno, para Clayton le anunciaba el atentado que acabada de sufrir la presidenta Hillary Clinton en Illinois; para los africanos de forma simultanea se enteraban de la reanudación de la guerra civil entre estos dos países; para Welesa lo detuvo de inmediato la noticia de que se había estrellado el avión donde viajaba un familiar. Todos ellos disminuyeron su ritmo como si les hubieran dado un golpe al hígado; fue entonces cuando González acortó distancia hasta llegar a darles alcance, ¡increíble! faltando 50 metros los rebasó, ni el mismo lo esperaba, las piernas le respondieron y aceleró su cierre, fue en vano el esfuerzo de los otros tecnificados atletas, el venezolano finalmente a base de voluntad y tenacidad se había alzado con la victoria.
Las agencias noticiones especializadas no daban crédito de lo que acababa de ver, ¿Quién era el casi desconocido Rodrigo González?, la ficha técnica muy apenas decía: nacido en Isla de Margarita Venezuela, 27 años, soltero, católico. Era un caso insólito, el no haber contratado su país con un costo de 200 dólares por atleta, la activación del Servicio Personalizado de Ingeniería Genética (SPIG) en caso de un atentado, fue lo que le valió el triunfo a González en aquel sorprendente y tecnificado país asiático. Ciudad de Tokio, agosto del año 2020.
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