EL GUERRERO DE PELA.
(Narrativa breve)
Por:DANIEL O. J OBBEL

Sin preludios alguien supo decir,"Lo que es mío, lo es así, lo que no también ". Hubo un personaje querido por unos, odiados por otros, que no vacilaba en atesorar riquezas de las que ni el mismo tenía noción, tanto de calidad como de cantidad. Como todo en la vida es cuestión de medidas cuánticas, este guerrero estaba en el extremo de mayor preponderancia. El calibre de todo lo material lo obsesionaba. El tipo vivió para la guerra y eso facilitaba y satisfacía su 'ego'. Claro que no de sustancias alucinógenas, otra era su ambiciosa vida de adicciones. Su fortuna el opio. Adoraba observar a la lejanía todo su currículum y sus bienes in situ, extensivo a la soberbia soberana por tanta magnificencia, mantenía esa cuota orgullo. Su delgado síndrome de autosuficiencia. A lo dicho, fue adicto a las armas, genio y figura militar, nacido en Pela, Grecia, en el año 356 a. C., escribió con sangre su genio de Guerrero, invasor y conquistador. Alejandro dejó un legado extraordinario. En él podemos advertir que verdaderamente, si bien no como Atila, dejó una verdadera marca registrada. Actitudes con un valor agregado de características como saqueos, expropiación, violaciónes, hambre y muertes. A él, sólo importaba el propósito que lo inmortalizó en esa semejante epopeya. Su egocentrismo lo llevo a la soberbia de un intocable.
Ante todo esto, Alejandro vivía vicioso, ebrio, eriquecido y sexualmente atendido por sus esclavas . Sin embargo el tiempo pasa factura. El guerrero cumplía años y también sus tropelías. Además de envejecer sus fuerzas flaquean. Impide así sus correrías y peligra su mandato. El paso de los años, inexorable y cansino, lo fue desgastando como todo ser humano. Cayó gravemente enfermo.
Como lo señala una reflexión del grupo Vox Dei, "nada es eterno, todo tiene un final, todo termina, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de Don Quijote que no tuvo ese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabó cuando él menos lo pensaba..."
Lejos quedó, el intocable Alejandro Magno, del nudo giordano, cuando en Frigia, hoy Turquía, por unas muchas pepas de oro, el Rey Gordias fundó Gordión erigiendo el templo de Zeus. Lejos también, el corte de soga a sablazo limpio que unía los carros de entonces. A todo esto, habrá que agregarle una expeditiva lección. Ante la grave enfermedad, entendió que la muerte estaba a la vuelta de su cama. Inexorable lo vencía. Llamó a sus generales y discípulos ordenando en su testamento que su ataúd fuese transportado abierto por los médicos y sanadores del pueblo. Señal vana que frente a la muerte no hay poderoso que se resista. A la caída le predecía la soberbia.
Desparramar su orfebrería, todos los objetos y joyas durante el cortejo y todo elemento susceptible de quedar esparcido para que el pobre pueblo lo recoja. Como si fuera un camastro, su ataud abierto, con los brazos y manos colgando, sin herrajes ni pompa, demostrando que se iba con las manos vacías, así el guerrero partió a la eternidad sin bagaje. Fallece en la poderosa Babilonia. Clara insinuación de que a la hora de partir de nada valen las riquezas materiales.
La sonrisa y la ironía me delata. En medio de la crisis que nos atenaza se han levantado otros pedestales. Desde el fondo de la cólera ciudadana han surgido los jóvenes políticos dispuestos a solucionar nuestro futuro. Con el verbo caliente y el dedo imperativo señalan un nuevo rumbo de la historia. Es imposible no estar de acuerdo con ellos cuando gritan contra la injusticia social y prometen acabar con la corrupción, cuando se disponen a regenerar la democracia e intentan plantar cara al sistema. No pasaría nada si esas fórmulas de salvación se quedaran en la pizarra, pero el asunto se agrava cuando esos nuevos políticos están a punto de alcanzar el poder alimentados por el caldo gordo del apocalipsis social de andar por casa.
Siniestros apropiadores del hoy. Nichos de corrupción e ineptitud que, en todo caso y salvo alguna excepción, podrían haberse instituido por la ley común. Lo cuál es probable. Tanto como que de una imprenta surja un diccionario. Y si uno sobrevive a la rapiña de las calles como en Alejandría, o se rompe un tobillo por las veredas rotas, no se culpe a nadie. La historia se repite. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. Sin embargo el mundo yace afligida una frase, la maldad a veces descansa. Sin embargo la estupidez nunca.