Lluvia

El día que Amantina empezó a sentir los apremios del parto, el cielo estaba encapotado presagiando lluvia.

Bernardo, su marido, envió a su pequeño hijo a buscar la comadrona que la asistiría y lograron llegar con unos minutos de antelación.

—¡Dice mi papá que vaya a casa antes de que llueva, que má esta por parir! -había urgido Robertico a la partera y la buena mujer se alistó lo más rápido que pudo y en pocos minutos entraron en la humilde vivienda. De inmediato, solicitó agua y toallas y entró al cuarto donde la mujer se quejaba de sus dolores.

Puso manos a la obra y minutos después la criatura abandonó el vientre para ver por vez primera los primeros vestigios de claridad en aquella habitación oscurecida por el torrencial que ya caía.

-¡Es una niña! –le anunció la mujer al nervioso padre tan pronto la tomó en sus manos- y éste sonrió satisfecho y feliz.

Posteriormente, mientras limpiaba la bebé, preguntó:

-¿Ya pensaron qué nombre le van a poner?

Bernardo, que siempre toma sus decisiones sin consultar con nadie, no lo pensó dos veces y sentenció:

-¡Mi niña se llamará "Lluvia" para que siempre recordemos este día!

Los presentes quedaron asombrados con la idea.

-¿Lluvia? ¿Y cómo se va a criar con ese nombre? –preguntó Amantina, curiosa, aunque consciente de que nadie lo haría desistir.

La tormenta pasó y pocos días después la pequeña estaba oficialmente registrada con el original nombre. Creció y con el paso del tiempo mostró cualidades que la hicieron apreciada por todos. Se dio a conocer como una persona alegre, cantarina, persistente, romántica, nostálgica y de gran carisma. Hasta comentaban que todo lo que tocaba, florecía.

La mamá y el hermano están convencidos que decisión del padre de nombrarla así no fue tan desacertada como pensaron el día de su nacimiento en aquel mayo torrencial.

Y el padre se siente satisfecho porque está convencido que cuando se lleva el sol por dentro debes resplandecer sin importar el nombre que tengas.

Alberto Vasquez.