Olvídame
y en tu mente crucifícame,
abrázame
y disuelve mi aroma
en el fresco néctar de un clavel.

Haz una estrella de este amor
que a la cima del universo
no llegó,
que en la intensidad de persistir
se apagó.

Haz un fuego intenso de este sol
que por dentro nos devoró,
que en la orfandad de la noche
se extinguió.


Haz de esta tristeza
un bálsamo para cicatrizar el alma
y cala en mis entrañas
la pena que no acaba,
la pena que se precipita
en la oscuridad de la mirada.

¡Mátame!
porque el corazón te arrancaré
y se lo llevaré a las hienas en la mañana,
porque me desangraré
en los austeros holocaustos de mi piel lozana,
porque sin vos no sabré qué hacer
cuando se haya ido de mis ojos la luz que habitaba.

Hazme licor en tus labios,
degusta mi esencia
y embriágate de la penitencia de los besos
en el resegado ocaso.

Acicala la herida
y llena de cuervos hambrientos
el frágil templar de mis manos,
¡ y desbórdame de ausencias!
que después de la entrega del amor
serás desazón
en el alivio que tanto he buscado.

Mío es el amor ajeno,
despídete sin dolor, príncipe etéreo
que la vida es un dulce infierno
y habrá que sobrevivir
a los tiempos inciertos del desconsuelo
porque la utopía que nos impulsará será el cielo.

Por vos le gritaré a los vientos
Les confesaré que te quiero
pero en estas instancias de desprendimiento
ni yo he logrado creerlo
y te diré adiós
con la pasión fugitiva entre los dedos.