HISTORIA DE UN DERRUMBE...
No fue el tiempo el que nos llevó la risa, la alegría, las voces, por las ventanas siempre demasiado pequeñas.. .
–Yo quiero que sean más grandes, quiero que entre el sol.
-¿Para qué? Si uno quiere sol, sale de la casa.
-Quiero que el sol entre en la casa.
-Entra por la ventana.
Entra, sí, como un hilito de calor y se enfrenta con grandes masas de humedad, trata de jugar pero ella no quiere; se resiste y no quiere saber nada de esas cosas de chicos como andar correteando por la casa cuando es necesario producir moho. Algo que se hace con paciencia y a una determinada hora del día. Es fundamental lograr un verde que tenga el tono verde-moho y que no se confunda con el verde de la esperanza o ...el del pasto , o ... el de tus ojos.
No fue el tiempo, no. Eso lo sabían los relojes activos y pasivos, uno al lado del otro, atónitos en su silencio, comprobando que no sólo ellos eran objeto de adorno en el proyecto inexistente de la convivencia.También yo me fui olvidando del tiempo, del polvo sobre los libros, de responder al “hasta luego” desganado que abandonábamos mecánicamente –como lo hace el mar- a cualquier hora del día, al lado de la puerta o un poco más allá, como una almeja muerta.
Como una forma de restaurar la relación –porque pensaba que había algo para restaurar- comencé a dejarte mensajes en la pared, al costado de la cama. Eran mensajes con doble intención. Te decían o informaban sobre cosas de la vida diaria, pero también intentaban fortalecer las debilitadas hebras de nuestra relación...
Y, vos me contestabas, diciendo que me amabas... pero que no podías seguir el ritmo alocado en el que yo me había inciado; en esa loca maratón de oficina, trabajo, estudio y cansancio... Yo me hice la ciega, la sorda y me zambullí en el tormentoso silencio de los solos. Cerré puertas bajo llaves, encendí a mi alrededor los ruidos diurnos y nocturnos. Me enmascaré el alma detrás de los oficios. Levanté paredes de cemento y no me dí cuenta que ante tanta rigidez las grietas se harían presentes.
Las grietas carcomen las historias. Siempre son esa parte con origen desconocido, huérfanas de hacedores responsables. Las grietas se acomodan en los lechos del silencio y crecen también silenciosamente. Un día, un día cualquiera, un día de esos, de despertar claro y transparente, te preguntás - como lo hacés ante el descubrimiento de un nuevo hormiguero: ¿y ésto de dónde salió? En qué momento apareció que yo recién lo veo, lo siento, lo palpo y no lo entiendo...
Inútil preguntar porque la aparición de las grietas son temporales. Y el tiempo no se ve; sólo lo vivimos como lo vivía Zenón detrás de la tortuga que nunca alcanzaba.
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