Como un suspiro en una noche de cielo agotado, resuena el rechinar de las ruinas de un viejo recuerdo, sostenido únicamente por el orgullo. Allí se encuentra este espécimen desechable, al borde de la extinción emotiva de su enésimo fracaso. Yo, que no soy más que un titiritero en circos de suicidios bajo la luna llena, lo observo morir lentamente, desvaneciéndose en el laberinto de sus pensamientos fosforescentes, rodeado de una neblina oxidada.
Él piensa en aquella que apostó por su suerte y falló en el último disparo. No siento lástima, porque no guardo ese tipo de memorias por los moribundos. Sin embargo, no puedo evitar sonreír ante la pobre esperanza con la que ella lo envuelve, tan segura de su propia vanidad, ignorando por completo el eco de leyendas que retumban como coros de niños quemados vivos en el clímax de un drama, oscurecido por un apagón y coronado por el insulto de un trueno resentido.
No debemos caer en la mala maña de mentirle al sentimiento, porque la costumbre se evapora y en un rincón, solo y desahuciado, él se encuentra recordando, vivo y hambriento del vacío. Busca respuestas inexistentes y maldice la última mirada en el último beso que nunca recibió. Intenta salvarse de su propio entierro, se perfuma de esperas y "ojalás" que parecen no querer estabilizarle la hemorragia. Es la tragicomedia de una adolescencia tardía, que por tardía no es menos risible desde cualquier punto de vista de quien ya lo ha sufrido, pero sabe que superarla es un mito y que el tiempo ha muerto de muerte natural.
Uno que quiso ser dos, pero a quien la vida insiste en negarlo. La muerte lo observa de reojo, fumando una pipa hecha del humo que le sobró de la última mortaja. Decidida y serena, opta por fugarse, cansada de esperar esa agonía de amor tartamudo y apaleado, al que ya no le quedan vidas para gastar ni suerte que correr.
Yo también tengo sueño, pero estaré muy pendiente del transcurso de esta pesadilla, porque esto apenas comienza. Y que no me pregunten de finales que no existen, porque tampoco existe un verdadero comienzo, aunque me quiera creer esa mentira, viendo la lluvia caer y pateando piedras invisibles, cómodamente colgado de una nube mientras el sol viola a la noche y la tierra se desahoga. |