Siete dieciocho p, eme.
Recuerdo que no habrá más Noviembre. Me siento en esta silla parturienta a liberar la ansiedad.
La escena es un oscuro total.
Leha, cuyo nombre siempre me costó pronunciar y cuyo rostro siempre se me olvida excepto por la nariz pequeña, corrige un texto en un ordenador que amenaza desmayarse y hacer desaparecer todo. A él le da miedo que eso suceda, eso dice él.
Guardo el avión de papel de aquél día que tembló y no supimos. El día que caminamos vía búsqueda del libro viaje a la semilla y el librero demoró; quiero decir, su librero personal, no el de madera que mandó a fabricar tan escrupulosamente y que estará lleno de libros sin leer, sino el hombre que trajo una edición de bolsillo carísima de un libro raro de conseguir.
Él escribe, yo hablo demasiado. Él regaló su ipad que ganó en el concurso literario. Yo conservé el juguete de papel y la memoria de que también sabía jugar el trompo. Y la canción del primer día en el autobús, las razones por las cuales siempre vuelvo, volvemos. Por la melodía ésa, la de Sabina o de Fito.
Yo a veces no estoy. No lo rescato nunca…de los momentos de lucidez. “Siempre he sido más lúcido de lo que crees, mariposa blanca-me dice- y yo no escribo con comillas…lo que dices es ininteligible, nací para esto”.
Luego cambia a Ju, a Julieta y llama. “Echa una llamada, este año no cumplo, es mi pista”. Y adivino que nació el veintinueve de febrero. Pero el primero de marzo se encuentra solo en la estación esperando y lo vuelvo a leer: deberías decir ven y besarme, rescátame una sola vez. Iba a escribirte el mejor mensaje de mi vida, pero pa qué chingados.
“Me gustaría morir, aunque suene trillado. Me gusta mi chamarra, es roja. Baja el mareo. Soy obvio. Soy un tipo solo. Espero que el camión pase. Julieta. Tania.”
Nunca apago la luz; aquí siempre es de noche.
Leí y la contracción en el estómago la traduje en la pena que precede a la nostalgia.
Oprimí el interruptor de la lámpara y me imaginé camino a la avenida del sur. Lo abrazaba y lograba visualizar el ámbar verde sus iris, los brazos que me sostenían medio cuerpo y la cabeza: “cuando dije que te quiero no mentía.”
Ocho a eme
Dios escribe en clave
Veinticinco de noviembre.
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