“Refugees Welcome”
Aunque con unos días de retraso la noticia llegó, el periódico estaba arrugado, seguramente había sido leído muchas veces por muchos ojos y sus páginas habían pasado por muchas manos. Amadou, pese a que no entendía muy bien el castellano comprendía muy bien las fotos que apoyaban el texto. La primera mostraba a un hombre corriendo entre un caos de civiles en desbandada, militares y humo, seguramente de bombas lacrimógenas, en sus brazos llevaba a un niño que más bien parecía ser su nieto, sus rostros denotaban miedo, pero en la cara del hombre había determinación, para donde fuera que huyese se salvaría con certeza. La segunda mostraba a unas mujeres a bordo de una pequeña embarcación, mojadas, impactadas por los flashes que golpeaban sus ojos, Amadou entendió que habían llegado al otro lado, pero también pudo leer que el viaje había sido horrible. La última foto mostraba a un niño tendido boca abajo en la arena de una playa, por la posición lo más probable es que ese niño estuviese muerto. Esa noche solo pudo cenar más que el nudo que tenía en su garganta.
Amadou esperaba a recuperar fuerzas al otro lado de Ceuta, el viaje había sido largo y terrible, huir de una guerra cansa. Vivía escondido en los montes boscosos que hacen de fuerte para los indefensos que buscan una vida mejor. A diario junto a sus compañeros/as de circunstancia divagaban acerca de su posible futuro, la ilusión siempre era alimentada por la noticia de la llegada a las costas españolas de alguna embarcación donde iba algún/a conocido/a, la alegría era mayúscula y se celebraba como un éxito colectivo.
Unas semanas después nuevamente pasaba un periódico de mano en mano, esta vez la foto mostraba un palacio, en su frontis habían colgado un cartel, una especie de lona que indicaba a los/as viandantes que en ese sitio los refugiados/as eran bienvenidos, eso era lo que decía, lo único que no alcanzaba a comprender era por qué el cartel estaba escrito en inglés, porque lo que si sabía es que la foto era de un palacio de Madrid, ciudad en la que se habla castellano hasta donde él sabía. Amadou se rascó la cabeza, después, como si se tratase de un rito ancestral dejó caer una lágrima por su mejilla hasta la tierra, esta vez no fue de dolor por las penurias de su éxodo, esta vez la lágrima era depositada en la tierra como símbolo del fin de un cuento de terror, fue una ofrenda que le hacía congraciarse con el género humano. Esa noche le comunicaron que al día siguiente a las cinco de la madrugada saldría su lancha hacia costas andaluzas, no podría dormir, así que destinó sus energías a ver en el nocturno cielo las estrellas, como las que brillan en la bandera de la Comunidad Europea, esa noche revoloteaban y danzaban, jugando a escribir palabras en idiomas que pronto podría aprender, pero las palabras que más brillaban en el oscuro cielo eran: “Refugees Welcome”.
Awa, tenía treinta y siete años, de los cuales diecisiete habían transcurrido en campos de refugiados en África, hoy, ya era parte del otro lado del mundo, del norte. No obstante siempre sentía como algunas personas escudriñaban a sus espaldas alguna teoría sobre el qué hace a una mujer negra lanzarse al otro lado del Mar Mediterráneo, pero aun así ella día a día asumía, como si de un tributo se tratase, esos cuchicheos.
Ella trabajaba como traductora en un centro de internamiento para extranjeros/as. Su trabajo consistía en explicar a todas las personas que eran trasladadas a esa cárcel y que no hablaban castellano el porqué de su “retención”. Como si de un mantra se tratase recitaba a diario una decena de veces el mismo párrafo, en inglés o en francés, en suahili o en wolof. Aunque el mensaje ya no le hería el alma nunca dejó de vivir la contradicción de su propia historia enfrentada a la de los/as demás hermanos/as de diáspora, ella había tenido suerte, ellos/as no.
Esa tarde, al llegar a casa encendió el televisor, las noticias mostraban lo mismo de todos los días, corrupción, resultados de partidos de fútbol, miserias y más miserias, pero solo una noticia captó su atención profundamente, ese día se reunían alcaldes/sas de distintos lugares de la geografía española, en el informativo se relataba el pacto que esas autoridades asumían, motivadas por los acontecimientos sucedidos en Grecia y Hungría, recibir en sus pueblos, municipios, ciudades a los/as refugiados/as que huían del horror de una guerra de la que nunca fueron partícipes ni causantes. Awa apagó el televisor, se quedó un buen rato mirando a la pantalla, gracias al reflejo de la luz y las características del cristal del aparato pudo ver su rostro, brillante, liso, redondo…negro.
Pasaron los días, en su trabajo la monotonía de sus traducciones se mantenían igual. Ella sabía explicar a los/as confusos/as cautivos/as cuál era su situación y cuál podía ser su más probable futuro inmediato, pero temía encontrarse con una situación distinta, angustiada esperaba el día en el que le tocase dar una respuesta que guardaba en la recámara de sus discursos aprendidos.
Amadou solo repetía entre gritos y llantos “Refugees Welcome”, como si al decir esas palabras mágicas la pesadilla que estaba viviendo se pudiese acabar. Awa leyó los nombres de las personas con las que tendría que interactuar ese día, el primero era Amadou, fue a la sala donde él le esperaba, cuando entró en la habitación en la que estaba Amadou supo que había llegado el momento, se sentó frente a él y le preguntó su nombre por protocolo, aunque sabía que daba igual, de hecho hubiese preferido no saberlo, él dijo con el tono de los que van a decir sus últimas palabras antes de ser ejecutados: “Amadou, Refugges Welcome”, ella inspiró profundamente y le dijo: “Los/as negros/as de África no brillaremos en la noche estrellada de Europa, al menos esta vez no”.
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