Soledad.
En el silencio de la lúgubre habitación en que me encuentro, acuden a mi mente lejanos recuerdos en los que, ya no como paciente sino en mi calidad de psiquiatra, atendía en este mismo lugar a personas que por una razón u otra terminaban sus días aquí, en este triste y solitario sanatorio para enfermos que como yo, en algún momento de sus vidas, abandonaron la realidad hasta llegar al borde de la locura o de la lejanía total.
Me encuentro en este momento en uno de mis días “buenos” donde puedo recordar quién soy y lo que fui, es por eso que escribo todo lo que puedo en este diario, lo hago mientras recuerdo porque quizá, dentro de unas horas vuelva a ser el vegetal sin emociones ni sensaciones en que me convertí.
Quiero anotar mis recuerdos, mis vivencias a través de mis pacientes, todo, sin entrar en detalles comprometedores hacia ellos, cambiaré los nombres y así no entraré en infidencias que debido a mi profesión no podría revelar.
Hoy más que nunca recuerdo a Natalia, una paciente de cierta edad que si viviera tendría más o menos mi edad.
Natalia llegó un día a mi consultorio pidiendo ayuda a gritos, necesitaba… ni yo misma sé lo que necesitaba, un milagro para poder continuar su vida sin aquella depresión constante que la llevaba a sentir tanta soledad que ni sus seres más queridos pudieron sacarle.
Cierto día, Natalia, luego de algunas visitas me dijo lo siguiente:
___Querida doctora, creo que no voy a poder seguir viniendo a su consulta, noto que ni los remedios que me da, me hacen efecto.
___Pero Natalia, hace muy poco tiempo que empezamos el tratamiento, deberías seguir un poco más para poder evaluar los resultados, le dije.
___Mire doctora, me siento muy cansada, ya no trabajo y la sensación de angustia no cesa.
___Creo que es hora de que hable con tu familia, tu esposo y tus hijos.
___De ninguna manera, me dijo, ellos jamás van a enterarse, ni siquiera que vengo a verla, déjelos fuera de esto por favor.
___Está bien, como tú quieras pero si no noto mejoría, lo mejor será internarte por un tiempo donde podamos seguir un tratamiento adecuado.
___Eso ni lo sueñe, prefiero estar muerta a verme encerrada, eso jamás.
___Bien, se hará como tu digas pero debes prometerme que no dejarás de venir a verme y que tomarás los remedios que te indique.
___Lo haré, quiero mejorar ya no soporto verme deambulando por mi casa, sin deseos de nada y disimulando una alegría que no siento.
Natalia siguió viniendo a mi consulta pero al no poder hablar con la familia, ella me lo impedía, dejó de tomar los medicamentos y una tarde la encuentro, al hacer mi ronda, encerrada en una de las salas más triste que nunca con la mirada perdida, ajena totalmente a la realidad y con una leve sonrisa irónica que me hizo estremecer.
Cada vez que la recuerdo, lágrimas asoman a mis ojos, Natalia era una buena mujer que quiso entrañablemente a su familia pero no había encontrado en ella la respuesta a sus súplicas.
Cada uno de ellos la había ido abandonando de a poco hasta convertirla en lo que era, una zombi viviente, un ser que respiraba pero que estaba muerta desde hacía mucho tiempo.
En estos momentos la recuerdo a ella más que a otros porque me identifico totalmente con ella, no puedo olvidar su rostro, al principio con angustia para convertirse luego en algo sin expresión, en algo inexistente que miraba sin ver y que sólo movía sus ojos cuando alguno de sus hijos la visitaba. Natalia pasó luego de un tiempo, de un sueño a otro, se fue sin recordar ni siquiera quién era.
Cada vez que la recuerdo siento una gran tristeza, no pude ayudarla, mis conocimientos no sirvieron de nada y ahora que yo misma estoy ocupando su lugar no puedo dejar de pensar en ella.
Recuerdo el día que me dijo:
___Sabe doctora? Ya no me importa nada, ni la vida, ni nada de lo que me rodea ya no siento nada, ni siquiera angustia ya no existo y creo que es lo mejor que me puede pasar, no pienso ni me interesa estar sola, ¿Sabe usted lo que es la soledad?, no supongo que no pero yo sí lo sé, a pesar de estar rodeada de gente, de la familia y de los amigos, me siento sola, al levantarme cada día, mis ojos se llenan de lágrimas sin motivo aparente, aunque muy dentro de mí, sí que lo sé, sé que existen motivos para sentirme así pero no los puedo cambiar la vida se me fue y en realidad, ya no me interesa. ¿Puede usted imaginarlo?
Esa fue la última vez que la vi en su sano juicio, deprimida sí, pero no convertida en un vegetal en poco tiempo, un cuerpo sin alma ni mente ni corazón aunque quizá todo eso lo tenía muy adentro de su ser y no nos dábamos cuenta.
Fuera de la sala, médicos y enfermeras hablaban sobre la ronda del día y al pasar por la sala donde una mujer escribía constantemente, uno de ellos dijo:
___Dra, esa es Natalia, su paciente ¿Verdad?
___Si doctor, está cada vez peor, hace unos días me mostró su diario, lo que escribe me asustó mucho, me sentí muy mal al leerlo, está escribiendo sobre ella misma, cree que ella soy yo y que me encuentro en su lugar, piensa que murió y en realidad, creo que eso sería lo mejor que pudiera pasarle, nadie viene a verla, no reconoce a nadie y en su soledad, yo ocupo su verdadero yo, ¡Qué tristeza! No creo que viva mucho tiempo más y diciendo esto los médicos reanudaron su ronda por las demás salas olvidándose ellos también de aquella mujer que estaba, en esta vida a sufrir la soledad.
Omenia
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