El amor fue un invierno dorado
bajo el resplandor de las estrellas
en el campo plateado,
tu presencia
abrió los sentidos que yacían
en el desfallecer de la conciencia
Y toda la bondad fue arrebatada por el daño.

Llenaste de luz
los intersticios de las penumbras internas,
desbordaste de ríos
las sequías que mi vientre retenía.

Susurraste a mis oídos
los versos que me faltaban decir,
¡extremo periplo que me romperías las alas
cuando mi vuelo comenzara a urgir!,
le brindaste pasión y esperanza a mis días,
y supuse que de algo había que morir,
algo parecido al amor, ¡al fin!

Te fuiste sin decirme adiós,
dejaste en tu cavidad
la rotura de un corazón partido en dos,
recurriste al olvido sin ser compasivo
y con las ilusiones que te entregué
hiciste un bollo de pétalos y pájaros de papel
que se fundió
en un sufrimiento adictivo
y atisbó su razón de ser en el masoquismo.

Te pedí que no me ilusionaras
si optarías por marcharte
con un pedazo de mi alma,
¡te imploré!
que no deformaras las palabras,
que no dijeras quererme
porque no se juega con las carencias
de quién ha nacido desde la ausencia ajena,
de quién ha necesitado existir
y darse cuenta de ello
para fortalecerse en el fracaso
y a todo vapor volver a intentarlo.

Te pedí que no te sirvieras de mi afecto
Para ostentarlo a los dioses
y a sangre fría crucificarlo,
Te advertí
y todo lo perdí,
Y tus ojos me han atravesado
Bajo la parsimonia templada
Que después del amor se vuelve escarcha.