Las casualidades no tienen explicaciones científicas, tampoco son muy fáciles de encuadrar en nuestras cotidianidades, ellas sólo pasan, y nosotros las dejamos ir, sin más. La mayoría nacen y mueren desapercibidas, otras se repiten poniendo en peligro su condición de casual y se convierten de a poco, muy de a poco, en situaciones naturales…
27 años, esa es la edad que adjudican algunos como la plenitud de la vida, ese punto en donde la libra apoya sus brazos, es el lugar en donde la fuerza y la experiencia se besan apasionadamente ya que saben que ambas van por caminos contrarios en el tiempo y luego se despiden para cruzarse en momentos cada vez más breves.
Comenzó como una casualidad, 27 años marcaba el reloj de algunos jóvenes que murieron por causas que, para no entrar en detalles, se llamaron “naturales”. Los decesos fueron sucediéndose con más continuidad por lo que la casualidad desapareció y dio paso a una posibilidad cada vez mayor.
El tiempo pasó y no existía persona capaz de superar esa barrera custodiada por el destino insobornable. No hubo otra solución que aceptar que el promedio de vida eran 27 años, pocos para quienes enfrentaban este joven problema en la historia de la humanidad, pero suficiente para quienes nacían y crecían con esta idea.
Por una cuestión de tiempo, teniendo en cuenta que han transcurrido 26 años y 11 meses desde mi nacimiento, voy a detenerme en aquellos que formaron su actitud sobre la aceptación de este tiempo de vida.
La fuerza de sus actitudes ante la vida es formidable, sus días parecen eternos y aprovechan todas sus posibilidades para transformarlos en fuertes cimientos para el siguiente. Son flechas de fuego que cuestionan lo impuesto, son la experiencia y la prudencia de los ancianos y el constante reinventarse y fascinación de los chicos. Los valores de lo viejo y las virtudes de lo nuevo, no precisan mucho más.
Antiguamente llamados jóvenes, utilizados como levadura para las masas sociales, clasificados como simples consumidores del mercado, manipulados en guerras como carnes de cañón, son ahora inclasificables, difíciles de enjaular por simples estadísticas.
Son ellos quienes ahora determinan sus propias vidas, están expectantes a la altura de las circunstancias, se encuentran en la constante búsqueda de aquellos rincones en donde se refugia la autenticidad, son intensos y afrontan con pasión cada desafío. Por fin, la esperanza de un mundo nuevo está renaciendo.
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Si han llegado hasta estas palabras sepan que no han perdido el tiempo, el cual no es más que una construcción nuestra y si no somos capaces de utilizarlo en nuestro favor nos dominará a tal punto que nos distraerá con la idea de resistir a la muerte, descuidando así nuestras potencias de vida. |