Resonaba la canción en su mente de aquella noche de triste melancolía, mientras caminaba sobre la orilla del mar imponente pero de tenue oleaje que por esas horas de la noche acariciaban la costa. Era otoño, la calidez del verano se estaba yendo de apoco como también las horas de luz. Con el cambio de estación migraba su escasa alegría de aquel verano brillante como el sol que lo había destacado.
Se sentía lento, caminaba lento, posaba su mirada lentamente, y lento su pensar que se adentraba en lo más profundo de su memoria para desentrañar aquel momento donde algo había salido mal, eso, que era la causa de su pesar en aquella noche serena con un cielo estampado de estrellas.
Manuel Quintana, hombre de unos 30 años con más sabiduría que la edad que poseía, tranquilo, pensante, analista, observador, distante sin pretensión de romper la calma que llevaba como estandarte, humilde, pretencioso, de cruel sinceridad, ambicioso de la lectura y el conocimiento, hermano de la soledad, muchas veces su simpatía se escabullía y se tornaba asocial, franco, directo, defensor de aquello que él consideraba justo, pero por sobre todas las cualidades, Manuel, era un enamorado de la vida misma, adicto a tratar de hacer la experiencia del recorrido vital lo más práctico posible porque creía firmemente que de esta manera se disfrutaba más y se sufría menos.
Se conocía bien, había hecho incontables análisis exhaustivos de su ser, pero esta vez su recorrido por la playa inmerso en su memoria, era distinto, una vez más, estaba lento. ¿Podía ser esa mujer? ¿La historia con ese anciano? ¿El mal momento laboral? Esas tres experiencias machacaban su mente sin dar respiro. Era hora de enfrentar esos recuerdos de una vez por todas y lograr arrancar el tumor que lo abatía.
Sin la causalidad de lo casual, Manuel se da cuenta que el primer conflicto, la primera pregunta que surco su mente como rayo en las nubes, era sin duda todo o gran parte de su malestar. Sucedió en el verano último. Era ella, Victoria, una mujer imponente, realizada, su complemento. La había conocido gracias a la suerte invaluable del destino, en un viaje de negocios, era asesora del gerente de la empresa patrocinadora de la suya. ¿Amor a primera vista? No, el no creía en eso, fue admiración, atracción y conexión lo que lo llevo a caer perdido en las trampas del deseo. Cerró el acuerdo comercial y se quedó una semana más de lo acordado con su jefe en esa ciudad, se jugó su puesto de trabajo por ella. Era como estar consigo mismo pero en versión femenina aunque con más simpatía sin duda. La adoraba más allá de lo visual. Con cada conversación se convencía más de que era la mujer de sus sueños. Y así como la vida los juntó, los separo sin lástima y sin preguntas; dejándole a él más que a ella, un sabor amargo en el alma de impotencia por haber jurado no alejarse nunca. Pero pronto se había dado cuenta que la ciegues por esa mujer ya le había fracturado parte de la base que sostenía el árbol de su vida: su trabajo. Sin previo aviso fue degradado de su puesto, su salario había disminuido drásticamente, no le quedó más opción que reclinarse ante su jefe y seguir con su vida laboral, esta vez muy humilde y más lejos de su sueño. Volvió a su rutina pero juró que retornaría al encuentro de su amada algún día. Pero ese momento nunca llegó. Manuel trato por todos los medios de comunicarse, pero ella nunca dio respuestas. Nunca sintió la desesperación que sentía el al no saber siquiera si aún respiraba, nunca lo extrañó, nunca lo amó, nunca había estado soltera como le aseguró, nunca Eris: la diosa de la discordia se había disfrazado tan bien de Afrodita, ni siquiera le había dado tiempo para enojarse con ella que ya lo había olvidado. Manuel tenía roto el corazón, hubo un quebrantamiento del rascacielos de su vida. Solo quedaba esta conclusión grabada en su mente: Por haberla amado tanto se había sacrificado él y todo en vano.
La marea está subiendo, el agua moja sus pies descalzos, esta templado como lo están siendo sus pensamientos. Era un mal necesario recordar el trágico suceso con esa mujer, ya que nunca lo había podido superar, así como tenía una decepción mesclada con odio, su inconsciente la seguía soñando con el slogan de que tenía que esperarla en las infinitas vías del olvido para encontrarla algún día en el recodo del destino. Una vez mas su mente era cruel con él mismo.
Traer para el análisis esta experiencia le dejaba en claro el hecho de su mal momento en el empleo.
Su búsqueda memorial sigue, y avanzando hacia el presente no puede pasar por alto que tenía una mujer y que esta vez, el universo había conspirado otra vez para lograr ese encuentro de amor eterno camuflado de simple coincidencia. Su afecto era correspondido hace un par de años. Se llamaba Sofía, y ella lo había conquistado a él, lo amaba y lo cuidaba. Era una mujer sagaz, inteligente, de sublime empatía, alegre, realista que en demasía la llevaba a una tendencia pesimista, compañera, mujer y amante del mismo hombre, de carácter contundente, un ser implacablemente maravilloso. Manuel, en un principio no quiso entregarse, por el mal de amores que traía en sus hombros, optó por darle tiempo al tiempo pero ella quería robar ese tiempo, y lo había logrado.
En su rostro se dibuja una sonrisa y le agradece a la luna por ser cómplice de su alegría, y testigo del amor de esta pareja, ya que ella estaba llegando para hacer juntos su caminata de fin de semana por la playa.
Luego de ese pequeño recreo de satisfacción, le volvió su malestar, su incertidumbre. ¿Que era? ¿Que lo afligía de tal manera? Algo estaba mal, pero no sabía qué, ni por qué.
Era autor de su propio personaje. Y siempre había soñado con su mujer perfecta y con que algún día se encontrara con alguien sabio que le aconsejara sobre cómo sobrevivir en su vida. Eran delirios que se permitía anhelar. Una idea loca pero idónea en un mundo de posibles y habituales casualidades. Así fue como Manuel, en un viaje de vacaciones que había logrado por heredar una buena suma de dinero por parte de un familiar, conoce a Juan, un anciano vagabundo que lo detiene al pasar por su lado para decirle que en su mirada veía la profundidad de su alma y el compromiso que tenía por hacer de su vida una experiencia inolvidable con sus principios de buena fe. Desde ya que la primera impresión fue de temor a que este hombre fuese un chanta y vagabundo de malas intenciones, pero al devolverle la mirada fijamente, quedo conmovido de la grandeza de aquel temple que mostraba misteriosa sabiduría, como si esos iris hubieran presenciado demasiadas experiencias para una sola vida. Le sugirió a Sofía que siguiera a reservar las mesas del pintoresco café, que el iría en unos minutos, que estaba todo bien. Ella, sin demostrar un dejo de extrañes, le hizo caso y siguió por los caminos adoquinados de aquella ciudad tan culta.
El anciano fue rotundo, sin moverse de su banquito de madera gastado y sin dejar de sujetarle el brazo, se presentó como Juan: hombre mayor de unos 70 años, con pérdida de la memoria inmediata, y más reuma que huesos sanos. Le declaró a Manuel que él podía ver en su interior a un gran hombre que se le estaba pasando la vida no siendo partícipe de ella sino un fiel y critico espectador, que mal gastaba su tiempo analizando y reflexionando todo el tiempo, que su ambición por el conocimiento era inútil porque nunca ponía en práctica o creaba algo, y citando una frase de un filósofo, le dijo a modo de justificación: “el que aprende y aprende y no practica lo que hace, es como el que ara y ara y no siembra”. Manuel quedando perplejo intentó reprochar, pero antes de modular una palabra, el viejo le apretó el brazo con fuerza, lo acerco más hacia él, y hablándole al oído como quien cuenta un secreto, le dijo: “Camina por la vida sin pausa pero sin prisa, porque no llega primero quien va más apurado sino el que va más descargado de penas y culpas que pesan en la conciencia, no eres libre sino preso del tiempo, esclavo del día a día, pero si eres dueño de tus momentos, sabes que eres finito, sabes que cada día que pasa es uno menos que te queda, pero sigue hacia adelante ya que es el único rumbo, porque lo importante no es el destino sino el viaje.” Con este último discurso de irrefutable contundencia, el anciano se despidió con un “adiós extraño, que tenga una buena noche” y se marchó rengueando ciudad adentro.
Increíble. Solo con esa palabra pudo concluir el recuerdo de esa situación. La luna estaba llena y en todo su esplendor le iluminaba la mente. Y pudo ver bajo aquella luz tenue en la noche como bajaba de las dunas el tesoro más codiciado por toda su existencia y quien sostenía el peso de su alma: su mujer. Ella lo vio al instante y salió tranquila a su encuentro. Él sonreía cada vez que la veía, pero en esta oportunidad su sonrisa se desvaneció trágicamente. Detrás de Sofía salieron tres figuras encapuchadas para secuestrarla. Estas personas de mala muerte no veían a Manuel hasta que repentinamente se acercó a ellos y le descargo un golpe terrible en el rostro al primero. Aún quedaban dos y uno de ellos tenía a Sofía que estaba paralizada del miedo. Él estaba desenfrenado y abalanzándose sobre el segundo sujeto, recibió un puñal sobre el brazo, al grito de dolor y sin detenerse le quito el cuchillo, se lo incrusto en una pierna dejando al desgraciado inmóvil. Seguido de esto el tercero que sujetaba a su mujer de la espalda tomada por el cuello, saco una pistola de bajo calibre y disparo al aire mientras gritaba: ¡quédate donde estas! ¡O los mato a los dos! Luego de que se le pasara la aturdida que le había provocado el disparo, entró en razón y acatando las ordenes de su atacante, levantó las manos, le suplicó que se tranquilizara y baje el arma, pero este no era un ladrón ordinario, y le dijo que sabía que tenía una importante suma de dinero, que iba a secuestrar a su mujer y él le iba a pagar la recompensa. Por la mente de Manuel pasó la desahuciaste idea de que la realidad era que ya no poseía ese dinero. Entró en pánico, ¿ahora qué haría?
Consternación. De eso se encontraba empapado Manuel. No sabía cómo salir de esa trágica situación. No sabía cómo sacar de las garras del peligro a su mujer. No sabía por qué, sin argumento alguno, no pasaba nadie por esa maldita playa. Maldecía todo. Su vida era una maldición, su existencia se tornaba desgraciada. Que sea lo que, quién sabe quién, quiera. Estaba entregado al azar, librado a las fauces de las partes más oscuras y recónditas del destino.
Sofía, era quien en ese momento tenía que sacar a flote el navío de la desesperación del mar de pánico que la absorbía a las profundidades del miedo. Miró a Manuel, y pudo ver al hombre que quería sacarla de ese dramático momento, atado, encerrado y extorsionado, sin poder hacer nada. Entonces decidida a darle la oportunidad para salvarla, trato de olvidar la sensación del frío rose del caño del arma apoyado en su cabeza y golpeo con el codo a su mal intencionado poseedor por el estómago haciendo que éste se enfureciera y la golpeara con el revés del arma para calmarla. Pero lejos de llegar a ese fin, ella había logrado que el hombre quitara su atención de Manuel, que sin pensar se arrojó al encuentro del condenado arrancando de sus brazos a Sofía. El forcejeo fue trágico. El ladrón peleaba como una fiera para que no le quitara el arma de sus manos y en uno de los movimientos rápidos, se disparó accidentalmente una sola vez y cayeron los dos al suelo. La imagen era impactante. El disparo fue provocado y recibido por el atacante. Manuel se recuperó y mirándose comprobó que estaba empapado de sangre que no era suya, pero no se percató que no había logrado sustraerle el arma al herido ya de muerte. Sin medición moral, el último acto repentino del infeliz moribundo fue levantar el blandido brazo que sujetaba la pistola y le disparo al cuerpo de Manuel. Fue imprevisible, a quema ropas, imposible de esquivar, sobrehumano para mantenerse en pie, cae de rodillas y se recuesta abruptamente boca arriba sobre la arena.
La situación daba un vuelco dramático. El presente estaba perdiendo otra vida injustamente. Por los ojos de Sofía se proyectaba desconsolada la agonía del hombre que puso en riesgo su vida por ella, de aquel hombre que la amaba y que ahora yacía tendido en el suelo con la sangre brotando lentamente como el roció de las flores en primavera. Corrió desesperada al auxilio de Manuel que todavía estaba consciente. Se tomaron de la mano y él le suplico que vaya a buscar ayuda, ella no quería dejarlo solo, él se estaba entregando a la soledad del final de su existencia. Después de insistir, Sofía entro en razón, y se marchó a toda velocidad a la ciudad a buscar socorro. Fue un adiós con la mirada. El tiempo se detenía. Lo eterno se volvía frágil.
Temple tranquilidad, calma, serenidad, paz, quietud, reposo, frialdad. En ese estado de absoluta relajación y plenitud interior se encontraba Manuel. Todo era claridad en su mente a pesar que su vida se adentraba en la penumbra abismal de la llegada al fin de esta vida. El dolor era insoportable, tenía partes de su cuerpo paralizadas, no sentía sus extremidades, la sangre se desagotaba de su cuerpo lentamente pero sin parar. Sabía que los segundos o tal vez minutos de razonamiento eran escasos antes de perder la conciencia, sabía que la ayuda era poco probable que llegara a tiempo, sabía que el destino o lo que fuere le había jugado una broma muy pesada, pero también sabía que no se iba de esta vida en vano. Si bien el hecho de estar agonizando con un disparo en el cuerpo era injusto, no lo era la causa; él puso en peligro su vida, sin pensar, por su mujer, y eso era una buena causa suficiente para morir tranquilo. Su noche de búsqueda en la playa por encontrar el problema a su malestar no era nada comparado con aquel momento. Se daba cuenta que el problema del problema era él. Su mera existencia de constante análisis y reflexión era la responsable de tanta incertidumbre. No era más que una persona que se había ocupado toda la vida por mejorarse a sí mismo, por ser alguien importante, por entender al mundo a base de conocimientos, por buscar siempre la practicidad de las cosas para hacerlas más entendibles, pero que nunca dejaban de serlo para sí mismo, que por lo único que dejo de pensar en él fue por aquella mujer que le había salvado la vida pero que ahora la estaba dejando en las peores condiciones emocionales. No era más que una falla en una red vital de existencia terrenal.
Con esta última deducción que lo enjuiciaba a la condena de su presurosa vida sintió un dejo de preocupación, pero que no lo desesperaba, su orgullo era letal y no se arrepentía de su pasado, simplemente sabía que aceptaba y cambiaba para bien pero que ahora ya era tarde para demostrarlo en hechos.
El dolor ya no lo siente, sus ojos se van cerrando, lo último que logra divisar en aquel horizonte falto de palabras es la fina raya del ocaso en el amanecer. Era una broma más de la irónica ironía que le mostraba como a él se le estaba terminando la vida cuando recién estaba comenzando el día con tan bello amanecer. Cerró los ojos observando la última imagen que se dibujaba en su mente: Sofía, el ser más valioso que tenía, y con la marea mojando su rostro… se entregó al sueño que podía ser eterno, sin más resistencia.
Luz. Inesperadamente levantaba sus parpados y solo veía una luz cegadora. No podía ser posible que estuviera vivo. ¿Alegría?, no, no sentía alegría, simplemente estaba sorprendido de seguir respirando. Miro a ambos lados y comprobó que estaba con suero. Estaba de día. ¿Pero qué día era? ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Seguramente Sofía había llegado con ayuda y lograron llevarlo al hospital antes de que dejara de latirle el corazón. No estaba solo en esa habitación tan iluminada por aquel sol radiante, se encontraban demás camas con otros pacientes, pero él no podía moverse ni ver quiénes eran. De repente… oye una vos temblorosa que tiene la sensación de ya haberla oído antes, proviene de la persona que está internada a su derecha: ¿Acaso no te he dicho que vivas tus momentos como si fueran los últimos?
Manuel Quintana con esfuerzo mueve su cabeza, y ve, y se le dibuja una sonrisa en su rostro al saber que su mente había aprendido y entendido el significado de su mera existencia.
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