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Nadie supo explicar cómo fue que el Convento de Todos Los Santos ardió en llamas, ni porqué solamente el padre Michaels terminó carbonizado en la sacristía. No se encontraron indicios de que el fuego fuera intencional, ni tampoco vestigios de alguna falla accidental. Lo único que se comentaba era que todas las monjas habían salido ilesas, a pesar de que las llamas se habían ensañado con el lugar.

Pero he aquí lo que verdaderamente llamaba la atención: aquél fue solamente el primero de muchos conventos de la zona que sufrieron el mismo destino…



Darío Abarca las miraba pasar todas las mañanas frente al taller mecánico, tomadas del brazo, siguiendo el ritmo que imponía Purificación Zambraco con su paso, álgido y seco, tomando del brazo derecho a su hija Sacramentina, y del izquierdo, a su hermana Angustia Maria, quien llevaba su cabello siempre húmedo. Las Beatas de Todos Los Santos, como les conocían todos, en su peregrinación diaria a la capilla, a oír el sermón del padre Michaels en primera fila. Faltaba una, eso sí, porque hasta hace poco eran cuatro. Encarnación Larraguibel, la hija de Pepe, el del bar, no las acompañaba desde que su novio la abandonara por una mujer que le diera la pasada, un par de semanas atrás.

Que la Zambraco tenía dinero, todos en el pueblo lo sabían. Era una de aquellas noticias que se corrían de voz en voz, aunque sin mayores fundamentos. Se había casado con un hombre acaudalado, que la abandonó al poco tiempo de casarse, sin más explicaciones. Todos armaban conjeturas respecto al destino de Bernabé Baltasar, pero nadie nunca supo la verdad. Que se había fugado con una brasileña menor de edad, que tenía negocios con la mafia italiana, que lo habían liquidado por vendetta; que se aburrió de la vieja pacata y se cambió de nombre; que se lo llevó todo; que no le dejó nada; que se fue con una mano por delante y otra por detrás. Incluso había quienes decían que ella misma, Purificación Zambraco, se había encargado de su marido pecador.

Pero Darío sabía que había dinero en la casa de las beatas. Sabía observar, conocía bien cómo se movían los que tienen dinero guardado y no lo dicen; lo había aprendido durante aquellos años en que se fue a vivir a la capital, en su infructuosa búsqueda de un mejor destino. En aquél tiempo aprendió a oler el dinero, y Purificación olía a plata. Pero sus ojos no estaban puestos en aquella anciana severa y condenadora. No, sus intenciones estaban depositadas sobre su hija, Sacramentina, la heredera de todo, la muchacha desgreñada y maltrecha, flacuchenta de cuerpo y huesuda de cara, con los ojos saltones y el pelo pegado a la mejilla. La seguía con la mirada, seguro de que ella lo notaba, nerviosa, y solo atinaba a rehuir la mirada mientras su rostro enrojecía. Sacramentina nunca se había relacionado con hombres; estos siempre estuvieron ausentes de su vida, desde la temprana falta de su padre, por lo que cualquier relación con algún varón le resultaba más cercana a la ciencia ficción que a cualquier otro género.

Las tres mujeres entraron a la capilla. Aún no era la hora de la misa, así que se arrodillaron en la primera fila y se dispusieron a rezar.

-El padre Michaels está confesando, Sacramentina. Anda.
-Pero mamá, ya fui ayer….
-¿Y me vas a decir que no has pecado en todas estas horas? ¿Acaso crees que no me doy cuenta de las cosas en que piensas mientras rezas el rosario? Tu cara te delata, Sacramentina, estás llena de pecado. Por eso dudas.
-Yo no dudo, mamá.
-Claro que dudas. Te conozco. Has estado dudando desde que esa innombrable…
-¿Quién? ¿Encarnación? –interrumpió distraídamente Angustia Maria.
Purificación detuvo su sermón para mirar despectivamente a su hermana.
-¿Qué te he dicho sobre interrumpirme, Angustia Maria?
-Perdón, hermana.
.-Perdón….¿qué?
-Perdón adorada, idolatrada, salve salve enviada del Señor.
-Eso está mejor. Y si yo digo que ésa es una innombrable, es porque no quiero que la nombres. Sabes muy bien en qué se convirtió ésa…
-Encarnación no es una mala mujer , mamá, sólo está un poco confundida.
-¿Me estás desafiando, Sacramentina?
-No, mamá, yo…
-¡Estás dudando de mi criterio! Y después te atreves a decirque no te tienes que confesar. ¡Partiste al confesionario!

Sacramentina se puso de pie, conteniéndose. Purificación volvió a dirigirse a su hermana, quien se encontraba humedeciendo su pelo con el agua de la pequeña botella que siempre cargaba en su bolso.

-¿Viste lo que logras tú, so impertinente? Me vas a rebelar a la niña, con todo lo que me ha costado encaminarla. Sólo por eso vas a rezar 10 rosarios.
-¿10 rosarios? ¡Pero eso son como 500 avemarias, Purificación.!
-¿Cómo me dijiste?
-Perdón, adorada idolatrada, salves salve..
-Menos conversa y más rezo.
-¿Y tú donde vas?
-Voy a peregrinar a casa para poder orar en paz. Tus palabrerías me distraen. Vuelvo en una hora, y más te vale que hayas acabado de rezar.
-Como digas, adorada….
Purificación se dio media vuelta y miró fijamente a Angustia, apuntándola con el dedo índice.
-No intentes engañarme. Yo voy a saber si rezaste los 10 rosarios, o si te quedaste mirando las moscas. No trates de engañar al Señor, oíste?

Purificación se marchó no sin antes cerciorarse de que Sacramentina se encontrara en el confesionario. Vio a la muchacha de rodillas en actitud sumisa y se retiró con una sonrisa esbozada en su rostro.


-Avemaria Purisima
-Sin pecado concebida
-Digame hija, hace cuánto no se confiesa
-Desde ayer padre Michaels
-¿Y que pecados recuerda desde entonces, hija?

Sacramentina guardó silencio por un momento.
-Hija…¿qué pecados recuerda desde la última vez que se …?
-¡No quiero ser monja carmelita padre! Mi mamá me está obligando, pero yo no quiero…
El padre Michaels miró de reojo a Sacramentina a través del enrejado de madera; divisó aquél punto en su cuello que tanto le gustaba mirar, ése que revelaba timidamente su femineidad retraída.
-No está en ti cuestionar los designios divinos, querida. No es a la voluntad de tu madre a la que te estás oponiendo. Es a la voluntad de Dios.
-Pero padre, yo soy una mujer. Necesito ser una mujer. Tengo deseos…
-Tentaciones. Obras del maligno. Pensé que ya habíamos aclarado ese punto, Sacaramentina. Me veré obligado a hablar con tu madre sobre esto…
-Pero, el secreto de confesión…
-Hay cosas, como ésta, que están más allá del bien y el mal, hija. El día de mañana me lo agradecerás.

El padre Michaels dispensó a Sacramentina cerrando la ventanilla del confesionario, dejando a la muchacha desconcertada. De todo esto estaba al tanto Darío Abarca, quien asistia a la escena, sin poder oír, sentado tres bancas más atrás. Al ver a la muchacha levantarse, se le acercó, como solía hacer cada vez que la veía a solas.

-Ese cura la estaba molestando..
-Dario, por favor, tenga piedad. Yo ya le he pedido, le he rogado, que no se me acerque tanto. Usted sabe, yo no soy una mujer libre…
-¿Cómo que no? ¿Acaso está casada?
-Estoy de novia. Con Dios
-Pavadas
-¡No diga esas palabrotas en la casa del Señor! –le espetó, persignándose.
Darío se acercó a la muchacha, casi rozando sus labios, y le dirigió esa mirada que sólo él sabia hacer.
-Usted sabe, Sacaramentina, que sólo basta con una palabra suya para que todo esto sea suyo –dijo, indicando con un gesto a su propio cuerpo.

Sacramentina sentía como la temperatura le subía cada vez que él se le acercaba; una fiebre repentina que le comenzaba en el estómago y se propagaba rápidamente hacia las extremidades de su cuerpo, concentrándose en su sexo y termnando en su cabeza. Era el calor del infierno, lo sabía, que comenzaba a tomar posesión de ella, para llevarla a la perdición. Retrocedió un paso para alejarse del aliento del mecánico, pero él la siguió, apoyando su cuerpo contra uno de los pilares de la iglesia. La muchacha miraba a Angustia Maria, concentrada en su penitencia cuatro bancas más adelante, deteniendose solo para humedecer su cabello.

-Por favor, mi tia está aquí., ella puede vernos.
-Pues que nos vea.
-Tengo que irme.
-No siga huyendo.
-Hasta luego, Sr Abarca.

Se retiró apresurada, temblando, su temperatura ardiendo. Podía sentir el vapor emanar de su piel al entrar en contacto con el aire frío de la mañana. Se quitó los zapatos para caminar descalza la senda que la llevaría a su casa“Es el pecado” se repetía mientras pisaba con fuerza sobre las piedrecillas “te vas a ir al infierno, mala pécora”…

Purificación esperaba a su hija con los brazos cruzados, Biblia en mano, y apenas sintió la puerta abrirse salió a su encuentro.

-Toma –le espetó, arrojádole el libro en la cara- vas a buscar ahora mismo cuántos pecados, prohibidos por el señor expresamene en las escrituras, has perpretado esta mañana
-Mamá, yo…
-Cállate, pecorosa mal vivida! El Padre Michaels ya me contó de tu blasfemia. Volvemos a lo de siempre, no? Y tú me habías jurado que no tenías duda, después de todo lo que pasamos…
-Mamá, yo…
-¿Es que no te basta lo que pasó con la innombrable? Ella ahora es una demonio de mini faldas, que anda toda pintarrajada, ofreciéndose a Pedro, Juan y Diego, y es todo culpa tuya!
-Yo no tuve nada que ver con que su novio la haya dejado, mamá.
-Pues claro que tienes que ver. Yo te adverti que si dudabas de tu vocación, cosas horribles iban a suceder. Y la primera víctima fue ella. Lo que la innombrable se ha convertido es responsabilidad tuya, Sacramentina. Dime ¿quieres ser responsable por la desgracia de más personas?
-No, mamá, yo no quería, yo…
-Pues no hubieses ido con esas tonterías de no ser monja al padre Michaels! Creo que vamos a tener que adelantar tu entrada al convento..

Antes de que la muchacha dejase de contener su llanto, Angustia Maria entró a la casa.

-¿Porqué no me esperaste, Sacra? Me dejaste sola en la capilla…
-Tú deberías preocuparte más de tu sobrina, Angustia maria. Esto es culpa tuya también!
-¿Culpa mía? ¿De qué estas hablando, adorada, idolatrada…?
-No quiero oír nada más. Haremos ayuno por el resto del día para expiar los malos pensamientos de esta casa.
-¿Ayuno? Por favor no, estoy muerta de hambre, mamá.
-Ayuno sí señora! ¿No te gustó andar dudando de los designios de Dios? Ahora sufre las consecuencias
-Pero yo no dudé de nada, adorada idolatrada, salvesalve…¿Porqué tengo que hacer ayuno también?
-El pecado por omisión es tanto peor que el pecado original, Angustia Maria, Tú más que nadie deberías saber eso. Y acompañaremos el ayuno con mil avemarías, desde ahora.
-Pero..
-¡Y sin quejas!

Las dos mujeres se arrodillaron ante Purificación, quien aprobó con mirada severa el gesto de sumisión de ambas y se retió a su habitación

-Yo iré a rezar a mi pieza, ustedes me desconcentran. Y sabré muy bien si hicieron ayuno o no, porque tengo contadas hasta las láminas de jamón que hay en el refrigerador. ¡Ay de ustedes si falta una sola! – y mirando a su hermana, concluyó: -y tú, deja de mojar tu pelo. Sabes que eso no sirve para nada! Sólo la oración puede salvarte!

Purificación subió a su pieza y se encerró con llave. Enseguida, abrió la puerta de su closet, el que mantenía con candado, dentro del cual mantenía su refrigerador personal, el que generlaemnte mantenía mucho mejor provisto que el de la cocina, y en el cual también los alimentos solìan rotar con más frecuencia. Al fin y al cabo, ella era Purificación Zambaco y su estado de pureza y cercanía a Dios le brindaban estos privilegios, los que ocultaba de los demás solo para no generar envidia….



Sacramentina se encontraba débil aquella mañana, luego de dos días consecutivos de ayuno impuestos por su madre. Se encontraba camino a la capilla cuando Darío Abarca la interceptó.

-No la vi ayer…
-No vine ayer. Estaba ocupada.
-¿Su madre la castigó?
-Eso no le incumbe. Ahora le imploro que me deje seguir mi camino.
-Si tan solo mi corazón me dejara hacerlo …-Darío esbozó una sonrisa que él consideró sensual, basandose en las telenovelas que había visto durante su adolescencia. Sacramentina las había disfrutado todas también, de eso él estaba seguro.
-¿Qué quiere de mi?
-Usted sabe lo que quiero. A usted.
-Pues no puede tenerme. Soy una mujer prohibida.- sonrió al decir eso. Recordaba cuando Verónica Castro había dicho esas exactas palabras en alguna de esas teleseries del almuerzo que tantas lágrimas le habían arrancado. Su temperatura nuevamente había comenzó a subir. La sentía trepando por su abdomen, asomandose a sus pechos.
-El que usted sea una mujer prohibida lo hace más atractivo aún…
Y su dinero, por supuesto, la elevaba al nivel de los cielos. Pero eso útimo lo omitió.
-Yo no puedo…
-Pero quiere…
-Pero no puedo…
-Y eso que importa, mientras quiera…
A esta altura, Darío ya encontraba oprimiendo su cuerpo y el de Sacramentina contra un árbol, en plena plaza pública. No había mucha gente en la calle a esa hora, pero una sola persona bastaba para echar a correr la noticia
-Usted elige, Sacramentina. Podemos hacerlo aquí, frente a todos, o puede acompañarme a mi casa. Usted y yo sabemos que esto no se puede evitar.

El calor se había apoderado del cuerpo de la muchacha. Si bien las palabras de su madre dominaban sus pensamientos, llenandola de culpa, la líbido se había posesionado de todo lo demás, y ahora aquella fiebre se encontraba en control de todo su cuerpo. No había como negarlo
-Vamos a su casa- dijo ella

Darío sonrió. No porque tuviera que llevarse a aquella muchacha sin gracia y de cuerpo huesudo a su casa, ni mucho menos porque le provocara algun placer la intimidad con ella. Pero todo aquello que venía adjunto, eso le provocaba la más amplia satisfacción. Estaba ganando el juego.

La casa de Darío no era grande ni lujosa; era una más de las viviendas de los alrededores del pueblo, de diseño uniforme, un solo piso, sin rejas y con un pequeño patio alrededor. Ambos entraron en silencio, ella cada vez más acalorada, él sin poder ocultar su excitación, ya haciendo cálculos financieros.

Sacramentina estaba temblando. Si bien el mecánico la había rondado durante buen tiempo, jamás la había tocado.
-Este va a ser tu primer beso ¡no?
-Si
-Nunca otro hombre te había tocado antes…
-Esta va ser mi primera vez en todo.
La fiebre iba subiendo, su piel pasaba de tibia a caliente, Darío podía sentir como el calor se traspasaba a su propio cuerpo. Juntó sus labios tímidamente a los de ella, para no asustarla; notó que sabía a café recién hervido. Sintió que su lengua se quemaba un poco, pero no pudo detenerla. Sacramentina había perdido completamente la compostura y se hallaba entera sobre él, oprimiendo su cuerpo contra la cama, desatada.
Le sorprendió lo fácil que ella se entregaba, considerando que no tenía experiencia en el asunto. No fue necesario desvestirla, ella ya se había encargado de la ropa de ambos. 25 años de reprimirse habían generado un efecto invernadero.

Ya desnudos, ella sobre él, cada vez más en control, cada vez más afiebrada. Darío, desconcertado por este cambio de roles, empezaba a ceder ante el ardor que manaba de ella. Su piel, traspirada, cada vez más cálida, comenzaba a quemarlo. Ella, en trance, desenvuelta, disfrutando de su primer acto sexual como si fuese el milésimo, completamente embriagada, sin siquiera prestarle atención a él, envuelta en su propio placer y calor.

Él quiso decirle que se detuviera, que se estaba sintiendo mal, que su piel lo quemaba, pero no se atrevió. Si la detenía, podía perderlo todo, y había dinero, lo sabía bien, así que la dejó seguir. Para cuando las llamas comenzaron a emanar desde el cuerpo de Sacramentina, ya era demasiado tarde. Ella estaba demasiado ensimismada en su orgasmo como para atender los gritos de Darío, que pensaba que se debían a otra cosa. Porque ella era inmune a su hoguera, su fuego lo consumía solamente a él. Cuando abrió los ojos, vio la figura semi carbonizada de Abarca, aún vivo, gimiendo con debilidad, en medio de la cama que ardía en fuego. Ni siquiera atinó a gritar.




Purificación marchaba furiosa, su hermana Angustia Maria atrás, cargando su botella de agua.
-Te dije que esto iba a pasar. Te lo dije. ¿Nunca me canso de tener razón?
-Pero adorada idolatrada..
-Cállate. No quiero oírte. Nunca me das soluciones. Nunca ayudas en nada. Yo te dije que ella también lo tenía. Pero tú no, dudando, siempre dudando de mis palabras.
-Yo no he dudado…
-Claro que dudaste, no me digas que no. Y le traspasaste la duda a la imperpenta de mi hija! Y por eso pasó todo lo que pasó.
-Yo te dije que deberíamos haber tomado medidas, como yo
-¿Medidas como cual? ¿Cómo esa estupidez de mojarte el pelo? ¿Acaso se te olvidó lo que pasó con Basilio Cabrera? ¿Acaso no tenías el cabello mojado esa vez?
-Si, pero…
-La abstención del pecado es la única respuesta, Angustia Maria, y eso lo sabes muy bien.
La otra calló.

Sacramentina esperaba tiritando, junto a la cama que aún mantenía algunas brasas sin apagar. Darío aún respiraba. Purificación le dirigió una mirada seca y desaprobadora

-A la casa. Anda a hacer tus maletas, te vas al convento hoy mismo.
La muchacha intentó decir algo.
-¡Ni abras esa boca, Satanás! Te dije que esto iba a pasar, pero tú no me haces caso nunca. ¡A la casa te dije!
Sacramentina se fue corriendo y dejó a las hermanas Zambrano en la habitación, a solas con el cuerpo semi inconsciente de Darío Abarca.

-Pobre infeliz –le dijo Purificación a su hermana, observando al mecánico- seguro éste esperaba obtener algún beneficio económico de todo esto.
-Como Basilio…
-Como todos los que se acercaron a ti.
Darío quería expresar algo, pero sólo lograba gemir de dolor. Purificación tomó un almohadón con ambas manos y lo miró a los ojos.
-Calmado, el dolor ya se va a acabar.
Él entendió lo que iba a suceder; ella vio el miedo en sus ojos e intentó sonreírle.
-Vea esto como un sacrificio por tres mujeres devotadas y puras de corazón. Dios se lo va a agradecer. Es a las obras del demonio lo que estamos combatiendo –tomó con fuerza un rosario en su mano derecha y, dirigiéndose a su hermana, finalizó- ayúdame, Angustia Maria, sabes que nunca he tenido fuerza para esto.

Las últimas palabras que Darío Abarca oyó en su vida fue el inicio de un padrenuestro.; irónico, para alguien que nunca fue cercano a la religión. Al verlo, Purificación Zambraco no pudo evitar recordar a Bernabé Baltasar, su primer y único hombre.



El Padre Michaels se encontraba feliz aquella mañana. Finalmente iba a tener a Sacramentina en el convento en que trabajaba, como había deseado por tanto tiempo. Iba a poder observarla a ella y a su cuello, y quizá un poco más, si jugaba bien sus cartas. No iba a ser la primera vez que seducía a una de las novicias, y las monjas del convento de Todos Los Santos jamás le habían dado problemas…

Texto agregado el 16-09-2016, y leído por 79 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
17-09-2016 Coincido con dfabro. Un pelin largo. Estuve a punto de dejarlo a mitad. Pero me atrapó!!. Buenas letras ***** grilo
17-09-2016 Largo pero muy bueno. Están muy bien los diálogos, algo muy difícil de escribir en los relatos. Felicitaciones. 5* dfabro
17-09-2016 Genial. Muy bien llevado. Felicitaciones. Avefenixazul
 
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